Octubre siempre tiene un sentimiento especial, llega la Serie Mundial de las Grandes Ligas y es imposible no recordar la inconfundible voz del beisbol, Abdón, un apasionado del deporte, que con sus jocosas narraciones hacía que el oyente no pudiera separarse de la transmisión. Así era él, especial, inconfundible y único.
Nació un 17 de septiembre de 1950 en la capital y desde los 4 años, junto a su padre, Abdón Rodríguez Marroquín, empezó a enamorarse del beisbol. Juntos escuchaban las transmisiones de VOA —Voz de América, en inglés—, fue así como se volvió un fanático de los Yanquis de Nueva York.
En la Serie Mundial de 1960 los Yanquis perdieron contra los Piratas de Pittsburgh, por un jonrón de Bill Mazeroski, en la novena entrada del séptimo juego. Abdón, padre, necesitó de mucho tiempo para consolar al pequeño de 10 años que lloraba amargamente porque su equipo no había ganado. Esa es una de las tantas anécdotas de la familia Rodríguez, que en alguna ocasión recodó su hermana, Juana.
Así era Abdón, fanático como pocos; era especial. “Si los Yanquis llegaban a la Serie Mundial era para él una emoción extraordinaria. Me recuerdo que mi mamá —Esperancita Moss (q. e. p. d.)— nos decía: ‘por favor, que no pierdan por que tu papá se va a poner de mal humor'”, cuenta Celeste, la hija pequeña de Abdón, quien radica en Italia con su hermana Milagros. Solo María José vive todavía en Guatemala.
En este Clásico de Otoño, en algún lugar se escuchará de nuevo Velvet Hands —manos de terciopelo—, de Bebu Silvetti, y nos transportará a las inconfundibles narraciones. La última vez que se le escuchó por la radio fue un 15 de abril del 2005. En esa ocasión su voz no era la de siempre, como sin energía. Al día siguiente una ambulancia llegó por él a su casa en residenciales Venecia, y su voz se apagó el 25 de abril.
En esta Serie Mundial, Abdón está pre sente y diría: “Que gane siempre el mejor, pero mejor si ganamos no sotros”.