Todo lo contrario, pues como decía San Marcelino Champagnat, (mayo 1789-junio 1840) ?para educar a los niños y a los jóvenes hay que amarlos?.
También es importante que los adultos sean asertivos, o sea que estén seguros de hacer lo correcto, e indiquen las razones que los motivan a efectuar una llamada de atención, y de ser necesario, a imponer un castigo.
Porque si cuando reprenden a los niños o adolescentes no dan explicaciones, al mismo tiempo que les alzan la voz y hasta los agreden físicamente, además de fomentar su rebeldía y empeorar la situación, es muy probable que después del episodio se sientan culpables.
Aprenda a decir no
El hecho de poner límites cuando existe peligro demuestra que como padre o madre pretende ser tranquilizador y protector; asimismo, los chicos deben aprender que no pueden tenerlo todo en la vida.
Sin embargo, nunca les diga no sin una justificación o si ha dado el ejemplo contrario, pues esto crea confusión y los pequeños perderán la confianza en usted. Considere que ellos son como bombillas, ?fácilmente se quiebran?, advierte la psicóloga Ligia de Chacón, de la Clínica para adolescentes de Aprofam.
Tampoco hay que confundir autoridad con autoritarismo, hacer ver el psicólogo Mauricio Nájera, del Instituto de Psicología de la Universidad Rafael Landívar. Lo mejor es disciplinar de manera enérgica y consistente, sin cólera, ya que a los niños y jóvenes hay que trasmitirles la seguridad de que se les está demandando actitudes y comportamientos adecuados y positivos, para su bienestar presente y futuro.
Adiós a los golpes
Los progenitores deben contar con una red de recursos que les permita aplicar el más indicado en el momento preciso, sin llegar al maltrato físico, porque éste genera temor. Además, se sabe de niños que en lugar de acostumbrarse a los golpes, emplean mecanismos de defensa contradictorios ante la agresión. A estos chicos se les suele llamar ?cuerudos?, porque mientras los golpean no gritan ni lloran, sino que divagan su mente y se imaginan en circunstancias agradables, con tal de evadir el sufrimiento.
Sí al diálogo
Tanto niños como jóvenes necesitan padres dignos de confianza, y ésta sólo se alcanza a través de una adecuada comunicación, incluso desde antes del nacimiento. Y para que el diálogo sea efectivo tome en cuenta el desarrollo cronológico de los hijos; las normas del hogar déselas a conocer según su nivel de comprensión.
Cuando lo haga conviene que sea de forma serena, lo vea a la cara y, por supuesto, esté anuente a escuchar opiniones y sugerencias. De nuevo, si usted les da razones, ellos aceptarán mejor las reglas y hasta agradecerán la disciplina; recuerde que son inteligentes y saben reconocer cuando usted está en lo cierto.
Pero, ¡mucho cuidado! Olvídese de los sermones y mucho más de dárselos durante las horas de comida. Haga un espacio para la convivencia familiar y aproveche para hablar con ellos, recomienda De Chacón.
Y a partir de la adolescencia conviene que replantee el asunto de la autoridad, enfatiza Nájera. Efectúe convenios de corto, mediano y largo plazo, revíselos y haga nuevos, para que los muchachos sepan que si bien los padres no son dueños de sus vidas, sí tienen el derecho y el deber de intervenir en ella hasta que sean adultos jóvenes y hayan alcanzado la madurez emocional y económica para valerse por sí mismos.
Si desea comunicarse con los profesionales entrevistados, llame a los siguientes números: Psicólogo Nájera 232-7855; Psicóloga de Chacón 1-801-0056836.
Evaluación familiar
Hijos e hijas siempre ponen a prueba a sus padres para determinar hasta dónde llega su poder. Así que usted no debe ser represivo ni blandengue; encuentre el justo equilibrio.
? Es válido ofrecer disculpas a sus hijos cuando de verdad se haya extralimitado en la forma de disciplinarlos. Este ejemplo de humildad también les servirá en la vida.
? Sepa reconocer cuando, si es el caso, necesite orientación profesional.
? Bibliografía: ?Psicología del niño y adolescente?, de Papalia, y ?Padres eficaz y técnicamente preparados?, de Thomas Gordon.
? Reflexione sobre las siguientes preguntas:
¿Cómo influyo en mi familia?
¿Cuánto tiempo y energía invierto en la formación de mis hijos?
¿Cuánto dinero invierto en su educación?
¿Qué hago para que cada integrante de mi familia esté bien?
? Si sus respuestas fueron positivas, todo está bien encaminado; sólo debe ocuparse de que siga así. En caso contrario, piense qué puede hacer para mejorar.