Escenario

Vida breve: Umbrales de la vida

Saber disfrutar de todo que nos acerca a la vida es sabiduría. Hubiese lo que hubiese al otro lado había que cruzar el océano y el umbral.

Salimos en uno de estos barcos “El Márquez de Comillas”, que van a América desde Cádiz (España). Este barco nos separó de Europa y nos transportó al Nuevo Continente.

Entonces descubrí por de pronto lo que había “antes”, estaba dramáticamente añorando España. El Descubrimiento de América parecía ser demasiada carga para mis pocos años.

Historiando aquella Odisea, recuerdo lo que más me impresionó del Nuevo Mundo, eran las piñas y los cocos.

Lo describo de paso y deprisa. Después del inmenso puerto en Nueva York, donde hemos permanecido un día y una noche, el barco nos desembarcó en Cuba de Bautista (anterior a Castro).

Aquel era un país lleno de turistas extranjeros y de negros gordos y riquísimos, como el Jefe del Partido Comunista, al que alguien nos señaló, al verlo pasar frente a nosotros en una calle con un lujísimo Cadillac, sus nenes y una niñera negra.

Nuestros amigos cubanos nos invitaron a cenar en la “Tropicana”, un hermoso cabaret con mesas en el jardín y bellas mulatas sobre el escenario. Tras las altas palmeras que eran para mi una novedad.

Sus ramas me parecían plumas de Pavo Real o inmensos abanicos a través de las que brillaba el reflejo de una luna llena sobre el mar.

Fue el año 1947, recién terminada la guerra mundial que dejó Europa en escombros. Muchas personas se vieron obligadas a emigra (en pos de los dólares) al mundo nuevo e instalarse en algún país que se convertiría en su segunda patria y la cuna de sus hijos.

Después de una breve estadía con mis padres en la isla cubana fuimos en avión, vía Guatemala, a El Salvador, nuestro destino final, el país donde mi padre fundó la primera fábrica de perfumería de una conocida marca francesa.

Los buenos aromas, el Tabu, etc., se extendieron por toda Centroamérica y San Salvador se convirtió en nuestro hogar tropical durante una ventena de años.

Luego lo ha sido Guatemala. Comenzó así mi adaptación al nuevo continente. Galopaba en mi caballo por los cañaverales salvadoreños y luego en Guatemala, por los caminos de tierra a ambos lados de la Avenida de la Reforma y sobre el Campo Marte. Luego regresé a terminar mis estudios a Madrid.

Me gradué en periodismo y Filosofía y Letras, volví a Centroamérica y seguí montando a caballo y escribiendo crónicas, publicadas primero todos los domingos en el Diario de Hoy, de don Napoleón Viera Altamirano, y luego en el Imparcial, en la página literaria de Brañas, que salía todos los sábados.

Como invitada en dos ocasiones por el gobierno alemán regresé de nuevo a Alemania y una docena de veces en el resto de mi vida a España.

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