EDITORIAL

Desnutrición infantil ya no admite más excusas

La inseguridad alimentaria requiere de un abordaje nacional sostenido del desarrollo integral, con transparencia y eficacia en el uso de recursos públicos.

En 1958, el cineasta suizo  Marcel Reichenbach, con apoyo del médico pediatra Carlos Monzón Malice, produjo un documental titulado “Ángeles con Hambre”, en el cual  presentaba dramáticas escenas de niños con síndrome de desnutrición aguda en áreas rurales de Guatemala. El contenido de la pieza fue tal que incluso obtuvo un premio en el Festival de Cannes en 1960, al presentar un drama social y una tragedia infantil. El desafío no era nuevo y ya desde décadas anteriores los gobiernos habían emprendido acciones, una de las cuales fue la creación del Instituto de Nutrición de Centro América y Panamá (Incap), en 1949, durante el gobierno de Juan José Arévalo.

Han transcurrido más de seis décadas y mucho más de seis gobiernos desde aquella documentación audiovisual que buscaba capturar una atención masiva, sostenida y eficaz en contra del flagelo del hambre. Tan solo en el 2024 murieron 83 niños por desnutrición y se registraron unos 28 mil casos. Para este año, el presupuesto nacional destina unos Q14 mil millones a la lucha contra el hambre, pero a pesar de  tan alto volumen de recursos, los funcionarios de turno se esfuerzan más en dar excusas que esperanzas de acciones innovadoras.

Existe, ciertamente, un subregistro de casos, debido a la insuficiente cobertura de servicios de salud:   un lastre generado por sucesivos gobiernos, al destinar más recursos a funcionamiento, es decir, más burocracia, en lugar de asegurar una mejor distribución de la ayuda. Por otra parte, la politiquería inserta una distorsión  crónica en los programas, al favorecer ciertas áreas, en detrimento de otras más necesitadas. Prueba de ello son los llamados comedores sociales, que han servido más para publicidad, demagogia e incluso para alimentar  a personas en situación de calle  que como herramienta contra la mortífera hambre infantil.

Existen múltiples esfuerzos sostenidos por la iniciativa privada, con excelentes resultados, que deberían servir de modelo para innovar la estructura de atención pública contra la inanición. Cierto, las causas de esta vergonzosa tragedia son multifactoriales: impacto climático, desempleo, baja escolaridad, ausencia de uno o ambos padres y más. Hace más de una década, el nefasto gobierno del extinto partido Patriota lanzó la campaña Hambre Cero, y los resultados, en efecto, son cero. El anterior mandatario hasta lloró en escena durante su toma de posesión al hablar del tema, pero los resultados no mejoraron.

Ahora se destinan más fondos que nunca, pero debería existir una clara priorización de comunidades y una estricta ejecución de metodologías científicas, así como una proyección de metas tangibles para poder esperar no solo más vidas salvadas, sino más futuros rescatados. Queda claro que no basta con repartir comida o soluciones alimenticias; también es evidente que hay barreras culturales o idiosincrásicas, pero todo ello se debe documentar para ir más allá de la inercia de las cifras de muertes por año. Los proyectos privados o apoyados por oenegés suelen llevar detallados registros de perfiles de beneficiarios, primero porque necesitan reportar resultados, y segundo, pero no menos importante, porque se trata de historias personales en riesgo.

Durante décadas, en Prensa Libre se han reportado incidencias de desnutrición en localidades de todo el país. En el último cuarto de siglo, el principal escenario de la debacle son aldeas del llamado corredor seco, pero también Alta Verapaz, Quiché y Huehuetenango. La inseguridad alimentaria requiere de un abordaje nacional sostenido del desarrollo integral, con transparencia y eficacia en el uso de recursos públicos, el aprovechamiento de experiencias exitosas y sin la interferencia de politiquerías voraces.

ESCRITO POR:

ARCHIVADO EN: