Lecciones de la década
Esto no está contemplado en la llamada “carta democrática” de la Organización de los Estados Americanos (OEA). Muy astutamente, los políticos se blindaron con esa carta. Cualquier alteración del orden democrático implica un suicidio político para los pueblos que pongan en orden al gobernante de turno. De esta manera, los políticos, todos coyotes de la misma loma, se protegen con la misma chamarra.
Esto no pudo ser mejor manipulado por personajes como Hugo Chávez quien, de forma “democrática”, no solo se han eternizado en el poder, sino que, además, han adoptado poderes dictatoriales que usa contra sus adversarios políticos. Esa misma escuela sigue Daniel Ortega, en Nicaragua, quien busca reelegirse indefinidamente luego de haberse robado las últimas elecciones. Así se hubiera graduado también el ex presidente Zelaya si no fuera porque los hondureños tuvieron la fortaleza institucional para detener sus aspiraciones dictatoriales. Esta última acción provocó el ensañamiento de los gobiernos de la OEA contra el pueblo hondureño. Como dice el refrán: “Cuando veas las barbas de tu vecino arder, pon las tuyas en remojo…”.
Segunda lección: el Gobierno no es la solución al problema; el Gobierno es el problema. Ninguna empresa o grupo de empresas es capaz de crear distorsiones como para provocar la peor crisis económica desde la Gran Depresión de la década de 1930. Solamente el banco central del país más grande del mundo puede manipular, a la baja, las tasas de interés en semejante magnitud. Solamente el gobierno federal estadounidense puede generar un déficit fiscal de tan grandes proporciones. Combine ambos factores con una política pública de “casas baratas” y tiene la burbuja inmobiliaria perfecta.
Y por si lo anterior fuera poco, solamente el Gobierno es capaz de hipotecar el futuro de sus ciudadanos al endeudar tanto a la nación que esta pierde credibilidad y entra en crisis. Vea a Grecia, España, Portugal e Irlanda y pregúntese de qué les sirvió semejantes niveles de deuda pública. Siempre serán los ciudadanos quienes pagarán el fruto del despilfarro público.
Contrario a lo que se pregona, esta no fue la década en la que el capitalismo entró en crisis. Al contrario. Si algo ha quedado demostrado es que fue la década en la que el poder político es la amenaza más grande a la libertad y prosperidad de los pueblos.