Decencia sí, pero dando resultados
No podemos seguir radicalizando ni polarizándonos con enfrentamientos personales, destructivos e inútiles.
En reciente entrevista radial en Emisoras Unidas, compartiendo micrófonos con Nineth Montenegro, con quien fuimos colegas en el Congreso de la República, ella más de centroizquierda y su servidor más de centroderecha, pero siempre admirando la valentía de su lucha política personal; los conductores nos preguntaron: ¿cómo podemos empezar a mejorar la sociedad guatemalteca con todas las falencias que ha tenido en los últimos tiempos? A continuación les resumo mi respuesta, que fue mucho más extensa.
“La decencia es el más alto título para ocupar un cargo público”, es una frase que se atribuye al presidente Juan José Arévalo Bermejo (q. e. p. d.), padre del actual presidente de la República. Debe haber decencia, pero también eficiencia y eficacia (hacerlo al menor costo posible y que el Gobierno haga bien sólo lo que le corresponde); ser efectivos para brindar oportunamente bienes y servicios públicos de calidad, que el pueblo se merece y demanda. Decencia sí, pero dando resultados, con capacidad, conocimientos, experiencia, habilidad política y valentía.
Tanto en la época del presidente Arévalo Bermejo como ahora se han vivido enfrentamientos entre el bien y el mal, pero que no son tan evidentes para todos porque el demonio es el padre del engaño y la mentira. El entramado del mal se aprovecha de la ignorancia, el acomodamiento y la desidia de la mayoría, uniendo a los delincuentes de cuello blanco con las estructuras criminales público-privadas, nacionales y transnacionales, que, cuando no intimidan, entonces sobornan o compran voluntades, de diputados, fiscales, jueces y otros funcionarios y empleados públicos o privados.
Decencia sí, pero dando resultados, con capacidad, conocimientos, experiencia, habilidad política y valentía.
Los principales favorecidos, promotores y defensores del sistema de corrupción e impunidad que ha venido profundizando sus raíces en variados estamentos de nuestra sociedad, realmente no son muchos, porque no deben superar los 30 mil, que no es ni el 10% del total de empleados públicos, que son alrededor de 350 mil, de una población que supera los 18 millones. La mayoría de los empleados públicos son honestos, dedicados a sus labores, no se meten en problemas, aunque sí necesitarían una profunda formación en valores para estar conscientes de que sus salarios (ya sean alcaldes, ministros, diputados, fiscales, jueces, médicos, maestros o policías) provienen de los impuestos que el Estado se embolsa del producto del trabajo de todos guatemaltecos, y por ello deberían brindar bienes y servicios públicos de la más alta calidad.
La gente de bien, que es la mayoría, está más preocupada por su economía familiar, su seguridad, su salud, la educación de sus hijos, en una sociedad en que el 70% de la población no tiene un trabajo estable y se desenvuelve en la informalidad; difícilmente tiene tiempo para dedicarlo a luchar contra la corrupción y la impunidad. Pero la mayoría es gente decente, que quiere lo mejor para su familia, sus hijos y nietos.
No podemos seguir radicalizando ni polarizándonos con enfrentamientos personales, destructivos e inútiles. Es tiempo de superar la visión cortoplacista, para pasar a una visión estratégica sobre qué país deseamos reconstruir a mediano y largo plazos. Pero empezando lo más pronto posible. Esto exige una especie de alianza o instancia nacional de consenso, de acuerdos mínimos, pero no para ver los conflictos ni las escaramuzas politiqueras del hoy y ahora, sino para que la élite privilegiada e ilustrada del país, intelectual, económica, académica, política y social, de buena fe y con verdadero amor por Guatemala, decida intervenir, influir e incidir en cambiar el rumbo del preocupante derrotero por el que se va derivando el país.