Cambiar para sobrevivir
La clasificación de desechos sólidos desde el hogar es una norma emitida hace cuatro años que ha enfrentado toda clase de resistencias.
Cada persona en Guatemala genera, en promedio, 1.4 libras de basura a diario. Lo hace casi sin darse cuenta, y quizá ese es el principal punto por resolver del masivo y colosal problema de los desechos sólidos. Siempre aparece la fácil posibilidad de señalar a otros o de endilgar el problema a terceros. Sin embargo, no hay quien no tenga la condición inherente de desechar materiales: papel, latas, plásticos, cartón, restos de alimentos y un prolongado etcétera o más bien un abultado promontorio.
Como se dijo antes, resulta más cómodo voltear la vista a otro lado, hablar de otro tema y hasta decir yo no fui. Pero ni la pestilencia ni la contaminación desaparecen por más que se trate de ignorarlas. Al contrario, empeora el problema y la prueba son cascadas de basura en barrancos y ríos, las montañas, los basureros clandestinos a orillas de carreteras —incluso en puntos turísticos muy bien reputados—. Los ríos arrastran la vergüenza comunitaria de tirar la basura personal en donde se pega la gana. Y con esa indolencia, nadie gana; todos perdemos, literalmente.
La clasificación de desechos sólidos desde el hogar es una norma emitida hace cuatro años que ha enfrentado toda clase de resistencias, desde la pereza de no separar la basura personal o familiar hasta la de los alcaldes que se rehúsan a cumplir la responsabilidad de propiciar un ambiente sano para sus comunidades; pero no solo eso, para evitar la contaminación de fuentes de agua, la imposición de sus desechos a municipios vecinos —e incluso a naciones vecinas—.
A la larga, no hay basura “ajena”; el problema es de todos, porque todos lo producimos. En ese sentido es democrático. Irónicamente, ciertos ediles quieren someter a voto si lo enfrentan o no, cuando es una inminente amenaza a la vida misma. No es alarmismo decir que estamos al borde de una catástrofe ambiental, porque ya no es tiempo de sonar alarmas, sino de actuar. La basura daña fuentes de agua, perjudica la fauna, destruye la flora, contamina el aire; llega hasta el mar, y allí su daño se hace global. Muchas personas y grupos lo quieren relativizar, sublimar o incluso negar con argumentos basura. Pero ni eso lo hace desaparecer.
Aprender y adquirir el hábito de clasificar basura es una vieja deuda de los guatemaltecos con la historia y con las futuras generaciones. Existen interesantes iniciativas, como el EcoReto 21 Días, disponible en redes sociales, para poner en práctica esta nueva actitud de responsabilidad con el ambiente en el que vivimos. Hay más metodologías, pero solo un país y solo un planeta.
Valorar la norma de recolección de desechos clasificados sería una forma de reinventar el civismo. En vez de ponerle mala cara a ordenar nuestra propia basura, hay que hacerle gesto de desagrado a quienes quieren impulsar más promontorios de desperdicios. ¿Sabía usted que más de la mitad de los desechos sólidos son orgánicos, es decir, desechos de comestibles? Eso se puede convertir en abono natural a bajo costo para potenciar la agricultura y la recuperación de suelos. Esa es la parte de la basura que genera olores repulsivos, pero ya existen técnicas y tecnología para volverla útil, productiva. Pero cada alcalde debe hacerse responsable de transformar desechos de su municipio. Si no lo hace, seguro es un politiquero desechable.