Conciencia
Presupuesto 2025 sin rumbo ni prioridades claras
El presupuesto 2025 confirma la falta de visión estratégica y el dominio de intereses partidistas sobre las prioridades nacionales.
La voluntad política se demuestra en los hechos, no en los discursos. Lamentablemente, el Presupuesto General de Ingresos y Egresos del Estado para el Ejercicio Fiscal 2025, aprobado en Q148,526 millones (15.8 % del PIB) y que aún puede aumentar, no refleja ni la tan prometida primavera del país ni el combate de la corrupción que se ofreció en campaña. Un presupuesto que muestra los problemas que perpetúan el estancamiento del país: un Ejecutivo sin metas de desarrollo claras y un Legislativo que cada vez se asigna más recursos de manera discrecional y subjetiva.
La falta de planificación, transparencia y eficiencia es un problema del presupuesto. Desde el inicio fue cuestionada la propuesta del Ministerio de Finanzas, con un dictamen preocupante en la Comisión de Finanzas del Congreso y la aprobación apresurada del pleno, dejando fuera un análisis serio de prioridades. El presupuesto en lugar de convertirse en una herramienta para el desarrollo evidencia una desconexión total con las necesidades urgentes de Guatemala.
El partido de gobierno prometió en campaña que con los ahorros derivados de combatir la corrupción se garantizaría un presupuesto suficiente. Los recursos asignados de 2024 y 2025 muestran incrementos significativos respecto de 2023, pasando de Q116,130 millones a Q131,201 millones (12.94 %) por una ampliación en 2024, y a Q148,526 millones (13.20 %) en 2025. Los incrementos, lejos de estar enfocados en sectores prioritarios, apoyan proyectos desconocidos, promovidos por los parlamentarios y gestionados por medio de los Consejos de Desarrollo Departamentales, ONG y programas populistas del Ejecutivo. ¿Resultado? Más dudas que certezas sobre su impacto real.
La sostenibilidad fiscal es otro punto crítico. El aumento de la deuda pública en hasta Q5,800 millones añade presión a unas finanzas ya frágiles (con ingresos tributarios de 11.7 % del PIB), poniendo en riesgo la estabilidad económica del país. Sin una estrategia clara para garantizar que cada quetzal invertido genere impacto, esta deuda podría convertirse en un lastre para las futuras generaciones, especialmente cuando se pretende pagar con deuda gastos de funcionamiento.
La injerencia del Congreso en el presupuesto es cada vez mayor.
El reto más grande para el Organismo Ejecutivo será ejecutar. Aún no logran conformar un equipo compacto, con visión estratégica, capaz de definir prioridades, metas claras e iniciar la transformación de la gestión pública. Entre tanto, servicios esenciales como salud, educación e infraestructura siguen siendo deficientes y permanecen fuera del alcance de una gran parte de la población. Este presupuesto, como otros, parece condenado a prometer mucho a los diputados y poco a los ciudadanos.
El sector educativo continúa rezagado. Mejorar la calidad educativa y ampliar la cobertura aún parecen metas distantes; y en un país con una población joven y en plena revolución digital, no priorizar en cambios es hipotecar el futuro. En el sistema de salud, la situación es aún más alarmante. La falta de infraestructura, personal y medicamentos no es solo un problema, es una tragedia que afecta a miles de familias. Cuando la mayoría de la población debe pagar de su bolsillo para tratarse, la pobreza y el sufrimiento se profundizan. La infraestructura es un caos —carreteras, puertos y aeropuertos— están en crisis, con tres ministros en menos de un año, y el reto más grande es que no se ve luz al final del túnel.
La corrupción y la falta de transparencia siguen debilitando las instituciones. Las promesas de cambio quedan incumplidas, y este presupuesto carece de soluciones reales. Sin reformas profundas y prioridades claras, el país seguirá desperdiciando recursos. Es crucial implementar controles estrictos y herramientas digitales para que los ciudadanos supervisen el uso de los fondos. Guatemala tiene el potencial para superar estos retos y construir un futuro digno. ¡Es hora de un nuevo rumbo!