Godot ha llegado

Siria… halcón caído

Nuevamente, el Medio Oriente está por enfrentar otro reto del terrorismo islámico.

En febrero del 2012 había una oportunidad para que los sirios salieran de un régimen, como tantos otros países árabes en la región, represivo y autoritario, en el marco de las primaveras árabes. Eso sí, bajo los parámetros de su población, que enfrentó una represión brutal, pero que siempre mantuvo una línea clara entre rebeldes y oficialistas, que se convirtió un área gris con la intervención de intereses occidentales, y así se creó un merequetengue que terminó de forma desastrosa. Después de ser la peor crisis humanitaria del siglo XXI, gracias a las hazañas de la Unión Europea, Estados Unidos y Rusia, lo más conveniente para Siria fue el mantenimiento de régimen opresor “por conveniencia” para estos países, pero no para los sirios, que quedaron a su suerte y que gozaban de días buenos bajo una tensión de un alzamiento que desconocían si iba a ser algo democrático o yihadista como en su momento lo fue el Estado Islámico de Siria e Irak (ISIS, por sus siglas en inglés).

Poco duró el cese al fuego entre Israel y Hezbolá, porque reaparece una nueva amenaza provocada por la inacción del liberalismo occidental.

El mundo entero nos hicimos los locos, empezando por la Organización de Naciones Unidas (ONU), que cada vez más dudo, no de su trabajo, sino de que si alguien se esfuerza en trabajar en semejante mamotreto. Un par de bombas cortesía de Estados Unidos y otras cuantas cortesía de Rusia, y se acaba ese movimiento paramilitar terrorista del mal: ISIS. Pero el problema de fondo nunca se resuelve, porque lo que importa es el interés de las potencias y no el de los valientes y heroicos ciudadanos de Siria que se quedaron en el país, a pesar de tener a un gobierno y hasta tres grupos subversivos peleando contra ellos. Pero son pobres e infelices, porque quieren, o ¿cómo era la cosa? Poquísimos hicieron algo por ellos, y ahora cosechamos los frutos de una acción clara que tuvo que haberse tomado hace 12 años, con madurez y agallas, pero no convenía. Porque salvar a inocentes de otro país no es una prioridad en la agenda de las grandes potencias y menos de las potencias emergentes.

Conforme escribo estas líneas, Damasco, capital de Siria e histórica de la humanidad, está por caer ante fuerzas rebeldes salafistas, que es otra expresión más de extremismo islámico, cuyo objetivo es recrear un gran califato bajo la ley islámica y exterminar infieles —que somos todos aquellos que no creemos en lo que ellos creen— y cuyos principales objetivos son sus vecinos que no tienen gobiernos islámicos de su denominación, así como la población kurda, que es la más odiada en la región después de Israel por los extremistas. Poco duró el cese al fuego entre Israel y Hezbolá, porque reaparece una nueva amenaza provocada por la inacción del liberalismo occidental y la incapacidad de resolver conflictos de fondo.

Mientras todos hemos estado encandilados con la elección de Donald Trump, la anarquía del sistema internacional va viento en popa y no hay líderes para detenerla.

Al mundo entero, incluida Guatemala, le debería dar vergüenza su ambivalencia e ignorancia sobre estos conflictos que ahora reaparecen. Recuerdo esa gran canción del grupo de música electrónica británico Faithless y su canción del 2008 Mass Destruction, la cual es un excelente reflejo de la actual situación en Siria, culpa de la arrogancia de grandes potencias tanto occidentales como orientales: “la inacción es un arma de destrucción masiva”.

ESCRITO POR:

Roberto Wagner

Licenciado en Relaciones Internacionales por la UFM. Maestría en Relaciones Internacionales con especialización en Geopolítica (Warwick University, Reino Unido). Exdiplomático, profesor universitario, columnista, consultor y analista político independiente.

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