Meta humanos
Es más difícil corromper un país unido que uno dividido
Es verdad que la resiliencia es una cualidad positiva, pero ¿hasta qué punto deja de serlo?
Si definimos la resiliencia como la capacidad de seguir adelante a pesar del sufrimiento y los obstáculos, podríamos caracterizar a Guatemala como un país resiliente. Nuestra historia nos ha formado como una ciudadanía que, frente a constantes y colosales retos, persiste porque la esperanza parece prevalecer, incluso en medio de la corrupción que roba descaradamente no solo dinero, sino también la posibilidad de aprovechar el gigantesco potencial de nuestro país. Hemos vivido momentos en los que una sola mala jugada pudo haber cambiado radicalmente nuestra dirección. Sin embargo, aquí estamos, en un presente que pocos imaginaron. La resiliencia nos ha traído hasta este punto, pero surge la pregunta: ¿queremos seguir siendo resilientes de la misma manera? ¿o es momento de reconocer esa resiliencia que nos ha sostenido y, con una conciencia más amplia, construir el futuro desde un anhelo colectivo de trascender las realidades desgastantes? Estas preguntas son las que me llevan a escribir hoy. Es verdad que la resiliencia es una cualidad positiva, pero ¿hasta qué punto deja de serlo?
Es verdad que la resiliencia es una cualidad positiva, pero ¿hasta qué punto deja de serlo?
A pocas semanas de que el 2024 termine, no puedo evitar reflexionar sobre el futuro que deseo para Guatemala, tanto a corto como a largo plazo. Aunque mi conclusión pueda evolucionar, hoy creo que, para avanzar con cambios verdaderos, debemos dejar atrás la resiliencia como simple resistencia y empezar a diseñar nuestro propio futuro. Muchas veces pensamos que no tenemos control sobre el mañana. Si bien es cierto que muchos factores escapan a nuestro alcance, seguimos siendo responsables de lo que sucederá mañana, la próxima semana, el próximo año e incluso en una década. El problema es que no lo hemos asumido, y por eso continuamos soportando lo que venga, en lugar de preguntarnos qué queremos que ocurra. Por eso, hoy me imagino una Guatemala capaz de tomar una dirección más intencional si decidimos asumir el control. La pregunta entonces es: ¿cómo tomamos el control? Responder esta pregunta, aunque parezca sencilla, es profundamente complejo. Pero debemos mirar hacia afuera para aprender de otros países que prosperaron desde una consciencia más amplia. Un gran ejemplo es Uruguay, un país pequeño en población que goza de una notable estabilidad política, económica y social.
Esta semana tuvieron elecciones, y al hablar con amigos uruguayos noté su tranquilidad. Al preguntarles qué pensaban sobre los resultados, respondieron que no era tan relevante qué partido ganara, porque la transición y la continuidad del rumbo construido estaban aseguradas. Su respuesta me sorprendió e inspiró. Me hizo reflexionar que tomar el control empieza con priorizar la unión sobre la división. Esta decisión es vital para el desarrollo de cualquier nación. Si somos capaces de dejar a un lado el ego para trabajar juntos, llegaremos más lejos. La unión es la clave para alcanzar la estabilidad que disfrutan países como Uruguay. Después de todo, es más difícil corromper un país unido que uno dividido. Por eso, de cara al nuevo año, hago un llamado tanto al Gobierno como a la población guatemalteca: tomemos el control. Reconozcamos la resiliencia que nos trajo hasta aquí, pero decidamos trascenderla. Dejemos atrás las realidades desgastantes y enfoquemos nuestra energía con intención y estrategia para construir juntos el camino hacia el futuro que deseamos. No digo que será fácil dejar atrás los patrones del pasado, pero sí es necesario; Y lo mejor es que la solución está en nuestras manos. Solo debemos comprender que, divididos, no lograremos nada; pero unidos lograremos lo que realmente anhelamos.