EDITORIAL

Los mil y un días de la invasión rusa a Ucrania

Ayer se cumplieron mil y un días, sin visos de cese y más bien con perspectivas de agravamiento.

Le ponemos nombre alusivo a un cuento, porque así empezó la invasión rusa a Ucrania: con el eufemístico denominativo de “operación especial”. Otro cuento era que iba a completarse en seis meses. Ayer se cumplieron mil y un días, sin visos de cese y más bien con perspectivas de agravamiento debido al comienzo del uso “defensivo”, por parte del ejército ucraniano, de misiles de largo alcance de fabricación estadounidense. Pero en realidad es un recurso ofensivo que podría cambiar el rumbo del conflicto en múltiples formas, incluyendo prospectivas desastrosas para el mundo entero.

Es increíble cómo, en tiempos de total y continua conectividad digital global, tan peligrosa escalada en la guerra, que Rusia censura llamar así, quede sepultada en el barullo de las redes sociales, entre trivialidades y también preocupaciones propias de cada país y territorio. Hace seis décadas, el mundo pasó 11 días en vilo a causa de la intentona de la entonces Unión Soviética, encabezada por Rusia, de instalar misiles balísticos en la isla de Cuba. Lo negaron hasta que se difundieron fotografías aéreas de plataformas y cohetes.

Esta vez, el cuadro es parecido, aunque inverso. Estados Unidos finalmente autorizó a Ucrania utilizar misiles de largo alcance contra objetivos rusos. Esto, de alguna forma, equilibra fuerzas, pero agrava el nivel de conflicto. Atisbar una hecatombe podría parecer exagerado, dado el amplio conocimiento que se tiene sobre los potenciales efectos de una conflagración nuclear; sin embargo, el empecinamiento despótico de Vladímir Putin, por ego y predominio político, puede ser un detonante impredecible. El espíritu aguerrido de los ucranianos le plantó una resistencia inédita, y cada día que pasa ello se pone más en evidencia.

El presidente ucraniano, Volodímir Zelensky, ha tenido el apoyo del mandatario estadounidense, Joe Biden, pero también ha cortejado la aquiescencia de Donald Trump, próximo presidente, quien le ofreció apoyo. Esto azuza los temores sobre el devenir. Han sido agresivas las declaraciones del presidente ruso, aunque con miles de soldados muertos o heridos sin conseguirse el demagógico objetivo. El canciller ruso, Sergéi Lavrov, habla de una “ofensiva occidental contra Rusia”, refiriéndose al apoyo internacional que ha mantenido en pie a Ucrania, y habló de una importante “escalada”, al referirse a los misiles estadounidenses.

El régimen despótico de Corea del Norte envió miles de efectivos para apoyar a Rusia. Este es un apoyo que genera tanto temor como repudio, por representar un totalitarismo sordo y rezagado. Sin embargo, al “ayudar”, también se exhibe tácitamente el desgaste de las fuerzas armadas rusas, entre las cuales no faltarán silenciosas disidencias. Internacionalistas señalan que el objetivo ruso no era apoderarse del territorio ucraniano, sino destruir la capacidad productiva y competitiva de una nación democrática, lo cual ha efectuado sin miramiento ni consideración.

Sin embargo, no han podido demoler la determinación de los ucranianos a vivir en libertad y no sometidos a un presidente que lleva 20 años de reelecciones, con extrañas y muy convenientes muertes de opositores políticos bajo la férula de la intolerancia a la libre expresión ciudadana, a la que Putin teme más que a todos los misiles. Ha tratado de conseguir apoyo chino para poner la balanza de fuerzas geopolíticas a su favor, pero Xi Jinping, con todo y sus absolutismos, sabe que el mercado más grande del mundo no es Rusia, ni Corea, ni Nicaragua ni Venezuela, y no quiere perder a los clientes de su economía. Y eso no es cuento.

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