La urgente necesidad de la unificación del istmo
El tiempo es corto para enfrentar con serenidad los efectos de la añeja división de Guatemala con Centroamérica.
El período presidencial de Trump más los faltantes para su toma de posesión, hacen un total de 1,459 días. Es un tiempo muy largo para crear y afianzar los cambios anunciados y aquellos surgidos en el camino, distintos según sean las acciones tanto de los triunfadores republicanos como de los derrotados demócratas. Países como Guatemala y el resto de Centroamérica serán afectados de manera distinta, según su realidad ideológica y la percepción de esta en un gobierno estadounidense. Las circunstancias permiten predecir un régimen totalitario derivado de una victoria indudable, y de los errores de los políticos simbolizados con una mula, así como la repetición constante de mensajes aplastantes de quienes lograron dar el poder al partido del elefante.
El tiempo es corto para enfrentar con serenidad los efectos de la añeja división de Guatemala con Centroamérica.
Centroamérica, de nuevo, está dividida entre la dictatura abierta de Nicaragua, el izquierdismo populista de Honduras, el derechismo religioso de Costa Rica, el populismo de derecha de El Salvador y la actitud sin una definición de Guatemala. Se califica de izquierda al ejecutivo y es de derecha en las cortes suprema, de constitucionalidad, el sistema jurídico y el Ministerio Público, a lo cual se suma un poder legislativo convertido desde hace ya demasiados años en una caricatura institucional en manos de politiqueros sin ninguna capacidad ni valores personales. Si unidos, los países centroamericanos tienen poca fuerza política, separados no podrán hacer nada hacia afuera y poco, con escasos logros, hacia adentro. El esfuerzo debe ser para la unión.
Por supuesto, no me refiero a la unión política o ideológica, en las circunstancias actuales, sino a la económica primero para seguir con la social. Desde la panorámica del nuevo Estados Unidos a partir del 20 de enero, no tiene mucho sentido dedicar tiempo a convencer o a obligar a cada país o presidente para comenzar por lo menos una de las áreas fundamentales del interés estadounidense: atacar a la corrupción, y enfrentarse a la inmoralidad mezclada con ilegalidad presente en el sistema jurídico. Ambos son dos de los principales motivos para la inmigración ya sea ilegal o no. Si disminuir emigrantes beneficia a Estados Unidos o no, está por verse. Un efecto negativo causará nuevas medidas de beneficio para ese país y talvez para el istmo.
La división centroamericana en realidad comenzó desde 1821 y los intereses opuestos de las élites se mantuvieron incólumes. Guatemala todavía sigue siendo escenario de posiciones ideológicas opuestas y de efectos de los vaivenes políticos del mundo, pero ese no es el tema ahora. A mi criterio, en este momento es Nicaragua el país con mayores posibilidades de mantenerse fuera de esa unión económica, en concordancia con las instituciones ya existentes. El Parlamento Centroamericano puede ser útil, pero le urgen cambios para agregar a Costa Rica y eliminar su triste papel de nido de expresidentes corruptos, y para desalojar del poder a la dictadura de Ortega. En esto puede presionar Estados Unidos, porque no le es favorable una Centroamérica convulsa.
Las élites centroamericanas tienen un papel fundamental, consistente en negociar en base a ceder voluntaria y acordadamente parte de algunos de sus privilegios, en especial los exagerados e ilegales, por ello indefendibles internacionalmente. Esto por supuesto necesita de madurez y serenidad al escuchar los criterios contrarios con algunos puntos coincidentes —educación, salud, derechos humanos, constituciones políticas parecidas y respetadas, por ejemplo. Estoy convencido de ser esta búsqueda de coincidencias y una parte de ese cambio de época del cual he hablado, con algunos cambios obtenidos luego de discusiones profundas pero de tiempo limitado, porque este nunca sobra.