Fundamentos
El perro que se muerde la cola
Es curioso que Guatemala, teniendo uno de los salarios mínimos más altos del continente, siga drenando su valioso recurso humano porque se va buscando oportunidades en el norte.
Cuántas veces no hemos visto a este simpático animal, el mejor amigo del hombre, dar vueltas en círculo intentando morderse la cola. Por más que gire a velocidad, la cola le juega la vuelta y se le escapa. Esta analogía ha sido usada infinidad de veces para caracterizar aquellas situaciones en las que nos encontramos intentando conseguir un objetivo que por más esfuerzo que pongamos, se nos aleja, en igual medida, al primer intento.
Uno de los satisfactores sociales más importantes es sentirse adecuadamente remunerado.
Pienso utilizar esta figura para retratar el tortuoso proceso de discusión de los salarios mínimos, que año con año pone en un enorme predicamento a organizaciones gremiales y sindicales, y que al final del camino, llega irrevocablemente a manos de los gobernantes. Baste decir que ninguno de los presidentes a quienes ha tocado tomar esa decisión lo han hecho con comodidad, sabiendo que lo decidido es lo social y económicamente conveniente. Es una discusión que está abocada, por definición, a no concluir bien. Ahora veremos por qué.
Uno de los satisfactores sociales más importantes es sentirse adecuadamente remunerado. Pero ello tiene que ver con una conjugación de factores diversos. Las capacidades y rendimiento del trabajador, las posibilidades económicas de la empresa, la situación del mercado de trabajo, el desempeño de la economía y su impacto en el ingreso real de las personas. No siempre estos vectores se alinean. Pero introducir en la ecuación a alguien que debe decidir por todos, sin que medie un razonado análisis de estos elementos, es cuando menos un acto suicida. El resultado es predecible. Ni unos ni otros pensarán que se ha hecho justicia.
Se puede argumentar que de lo que hablamos es de un piso mínimo y no de la situación de todos y cada uno de los trabajadores. Pero contra esta afirmación conspiran varios hechos. Por ejemplo, la anualidad que fuera introducida desde muchos años atrás. Que año con año se tomen decisiones legales de mover ese piso, hace que una decisión política tenga efectos sobre el conjunto de los salarios. Por ejemplo, que lo que está diseñado para ser un piso se convierte en un techo salarial porque alguien más al decretar obligatoriamente un monto hace que muchos simplemente se muevan al ritmo de esa cifra anual. Por otro lado, la naturaleza de nuestro mercado laboral. La informalidad existente, donde no se reconocen mínimos ni contribuciones sociales, solo puede sentirse estimulada por un mecanismo que encarece al competidor que sí cumple con sus obligaciones.
Es curioso que Guatemala, teniendo uno de los salarios mínimos más altos del continente, siga drenando su valioso recurso humano porque se va buscando oportunidades en el norte. Esto solo nos puede decir que una discusión de aumentos sin que sea un reflejo real del mercado laboral es una mera ilusión. Al final las personas se quedan con un número publicado en un papel, pero deciden migrar hacia donde el mercado laboral les permite, con más flexibilidad, devengar de acuerdo a sus capacidades.
¿Puede esta discusión ser realmente productiva en el futuro? Quizá sí pero no con estas normas. El modelo de discusión está agotado y es preciso revisarlo. Eliminar la anualidad, Analizar el impacto del salario mínimo sobre la informalidad, crear condiciones para la inversión y la formación de capital humano y medir las decisiones en función de la creación de trabajos formales deberían ser los instrumentos de una política sana. No el ciclo eterno de mesa y cifra al que estamos acostumbrados. Solo así quizá logremos que finalmente en esta discusión se alcance la cola.