Reflexionemos más sobre la Historia

JULIO CASTELLANOS CAMBRANES

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 escribió en su prestigiosa obra Saggio sulle classi sociali (Roma, 1974), que un estudioso no puede ser ajeno al objeto de su estudio, pero que el investigador de la Historia y los científicos sociales de diverso pelaje se hallan siempre condicionados por el ambiente del que proceden, por su educación escolar, por su sensibilidad social y política, que, en conjunto, son los factores determinantes en la formación de su ideología.

En casos históricos de relevancia máxima, grandes hombres se han colocado bajo la piel de los desposeídos y han adoptado su ideología. Porque todos tenemos una ideología, lo aceptemos o no, y es esta la que, en muchos casos, suele distorsionar nuestros análisis científicos y nuestra conciencia histórica. El investigador de la Historia que se considera “objetivo”, neutral, “al margen de la contienda”, dice Labini, “es en resumidas cuentas un personaje patético víctima de una ideología sin saberlo e impotente para controlar las presiones de la misma”. El arma estratégica de un historiador es ser intelectualmente honesto. “Es decir, debe y puede pretender ver todos los aspectos de un determinado problema, incluso los aspectos que le desagradan, y no solo los que se concilian con su ideología o son útiles para sus ideas políticas”. (Labini)

En “La Historia Social y los historiadores” (como debió titularse mi pasada columna) menciona Casanova a Leopold von Ranke, según dice erróneamente identificado como padre del historicismo y la historia positivista. El historicismo pretende demostrar que existen leyes en el desarrollo histórico y que los fenómenos históricos se producen de manera singular e individual. Ranke “encuentra en la narración la forma más precisa y correcta de elaborar su discurso”, escribe Casanova.

“Dado que la Historia solo podía ser comprendida a través del comportamiento humano guiado por ideas conscientes, había determinados terrenos de la existencia humana que caían fuera de la incumbencia del historiador. Las masas, las clases sociales, la cultura popular no tenían interés histórico. Solo el reino de las élites, de aquellos que tomaban decisiones, formulaban y ejecutaban la política, constituía un asunto legítimo de estudio. […] Una Historia, en definitiva, política, al servicio de los poderes legitimados, que rechazaba la teoría y que tenía a la narrativa como hilo conductor”.

La apología del poder político que representaba Ranke ha tenido en Guatemala muchos discípulos desde el siglo XIX hasta el presente, en contra de la Historia Social, cuyas claves nos las proporciona nuestro maestro Manuel Tuñón de Lara.

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