Editorial

Ceñido pulso en EE. UU. cierra agresiva campaña

Una campaña electoral tan reñida, polarizada e incluso polémica, por el tono zahiriente de los discursos proferidos, sin duda alguna deja marcas en la democracia.

El partido republicano de Estados Unidos tiene como su ícono a un elefante y el demócrata es representado por un burro. Ambos animales se usaron para sátiras políticas en el siglo XIX y dichos bandos terminaron asumiéndolos. En una caricatura de 1874, el humorista editorial Thomas Nast puso a un burro con una piel de león encima, alarmando a todo mundo acerca de las malas intenciones del elefante. Este, mientras tanto, por ser corpulento, se movía torpemente y de alguna manera justificaba las advertencias del burro. Dicha sátira se hizo a propósito de un supuesto intento del entonces presidente Ulysses S. Grant de reelegirse por un tercer período. Los demócratas reclamaban que con eso ponía en peligro la democracia y buscaba instaurar una dictadura.


Es curioso cómo 148 años después los argumentos de campaña de los demócratas, encabezados por la vicepresidenta Kamala Harris, se basan en señalar acciones y discursos autoritarios del aspirante republicano Donald Trump, quien de alguna manera se mueve y expresa con aparente torpeza, pero con un innegable peso en el escenario político, aunque también económico de la Unión Americana. Hasta el cierre de esta edición, Trump llevaba ventaja, pero aún faltaban estados clave, de potencial fortaleza demócrata. Dado que este sistema de elección no se basa en voto popular, sino en delegados electorales por Estado —y cada uno tiene diferentes cifras—, el pulso será cerrado y la incertidumbre durará varios días más, sobre todo por las amenazas trumpistas de repudiar un resultado adverso: un elefante en la cristalería.


Al momento en que se abrieron las votaciones ayer en los 50 Estados de EE. UU. ya habían votado por adelantado unos 85 millones de ciudadanos, prueba del enorme interés generado en estos comicios, ya sea en favor de una u otra opción.


Una campaña electoral tan reñida, polarizada e incluso polémica, por el tono zahiriente de los discursos proferidos, sin duda alguna deja marcas en la democracia. A la vez, esa polarización bipartidista, que se ha acendrado en los últimos tres procesos, llega a un punto álgido del cual ni el partido republicano ni el demócrata saldrán iguales. Esto quiere decir que, independientemente de quién gane, necesitarán revisar sus procesos internos, sus postulados ideológicos y sus mecanismos de resultados. Esa es la tácita orden emanada de un electorado dividido que demanda soluciones a sus necesidades diarias y la recuperación del liderazgo de esa nación.


No solo se define al presidente, sino también al Congreso y a un tercio del Senado. Según las combinaciones posibles, esto se convertirá en una fortaleza o un lastre adicional para quien obtenga el pase a la Casa Blanca a partir del 20 de enero. En todo caso, tanto Kamala Harris como Donald Trump marcarán hitos históricos. Si gana ella, sería la primera mujer presidenta y además hija de migrantes con raíces afroasiáticas. En el caso del magnate, sería el primer exmandatario en volver al poder tras 4 años, en 120 años. El único antecedente es Grover Cleveland, quien gobernó de 1885 a 1889; no fue reelecto, pero logró recuperar al cargo en 1893.


En los mercados bursátiles es donde mejor se reflejan las expectativas y prioridades sobre Trump o Harris. Sin embargo, los votantes deciden conforme a su costo de vida, acceso a servicios de salud y educación o el impacto que tenga sobre ellos la percepción de la oleada migratoria del cuatrienio, lo cual también abarca a guatemaltecos que hoy por hoy aportan a la economía nacional con sus remesas, a la productividad con su trabajo intenso y al fisco estadounidense con sus impuestos, ya sea que gobiernen demócratas o republicanos.

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