Estado, Empresa y Sociedad

De la crisis a la estabilidad macroeconómica

Después de poseer RMI que eran la envidia de muchos países, respaldando el valor del quetzal, Guatemala terminó perdiéndolas.

Quienes acumulamos algunos años debemos compartir con los jóvenes nuestras experiencias sobre la historia económica relativamente reciente del país. La generación de menos de 30 años (60 % de la población) solo ha vivido con estabilidad macroeconómica.


A principios de la última década del siglo pasado, su servidor era gerente general del Banco de Guatemala, bajo la presidencia de Federico Linares, cuando recién había finalizado la llamada “década perdida”, de 1980 a 1990. Mientras en América Latina hubo una crisis de deuda, en Guatemala se agotaron las reservas monetarias internacionales (RMI), se perdió el poder adquisitivo de la moneda y se devaluó el quetzal (que había estado a la par del dólar estadounidense desde su creación en 1924).


El área centroamericana estaba en conflictos políticos nacionales e intrarregionales, alimentados por la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, que aquí fue muy caliente, sufriendo la destrucción y muerte. La caída del régimen somocista y el surgimiento del régimen sandinista, la intervención foránea de las potencias en su lucha por la hegemonía mundial, el enfrentamiento armado interno, entre otros factores, provocaron una fuga galopante de capitales.


Después de poseer RMI que eran la envidia de muchos países, respaldando el valor del quetzal, Guatemala terminó perdiéndolas, hasta llegarse a pignorar las reservas de oro, en un vano intento por sostener el valor del quetzal frente al dólar. Después de mantenerse por décadas al uno por uno, se devaluó hasta llegar a cinco quetzales por dólar. Las compras al exterior se hacían contra el pago adelantado en efectivo y, en más de una ocasión, el país se quedó sin gasolina porque no podíamos reunir los dólares necesarios para pagar un buque tanque y poder traer a Guatemala el preciado combustible, generándose escasez, racionamiento de gasolina y energía eléctrica, además del aumento generalizado de precios.

Al final, en coordinación con el Ministerio de Finanzas Públicas, logramos que la inflación cediera por debajo de dos dígitos y la economía empezó a estabilizarse.


Se recibió una economía con una inflación del 60 por ciento, mientras los depósitos en los bancos no pagaban intereses ni por la cuarta parte; es decir, había una tasa de interés real negativa. Con la misma cantidad de dinero, un año más tarde, usted solo podía comprar la mitad de los mismos bienes y servicios que había comprado un año antes.


Se discutió con el Fondo Monetario Internacional (FMI) un acuerdo para salir del atolladero. Pero, como nos comentó un reconocido economista chileno que fue superintendente de Bancos y también ministro de Hacienda, “con el Fondo, uno no se puede pelear, pero no siempre hay que hacerle caso”. Aunque tenga excelentes técnicos.


Mientras ellos consideraban que había que lograr que la tasa de interés real fuera positiva, lo que significaba subir las tasas arriba de la inflación, nosotros preferimos controlar la exagerada emisión monetaria de gobiernos anteriores, consecuencia del desmesurado crédito del banco central al Gobierno, que fue utilizado para sostener las finanzas públicas e intentar mantener infructuosamente el tipo de cambio al uno por uno. Al final, en coordinación con el Ministerio de Finanzas Públicas, logramos que la inflación cediera por debajo de dos dígitos y la economía empezó a estabilizarse, a diferencia de lo ocurrido en otros países latinoamericanos que sufrieron graves hiperinflaciones. El tiempo nos dio la razón. En la misma época nos sugerían sustituir el quetzal por el dólar estadounidense, pero esta es otra historia.

ESCRITO POR:

José Alejandro Arévalo

Profesional, especialista en banca y finanzas. Profesor universitario. Consultor independiente.