Mirador

Sobre las no relaciones con China

El gigante galantea su autoritarismo y embarga mercancías cuando le conviene. ¿A qué tribunal se puede acudir en aquella dictadura para resolver conforme a Derecho?

La semana pasada, el doctor Mayora publicó una columna titulada Sobre las relaciones con Taiwán, en la que cuestionaba que Guatemala no tuviera relaciones con China. Se preguntaba: ¿qué razones pueden sustentar la posición del gobierno de Guatemala?, y agregaba que “el hecho de entablar relaciones diplomáticas no conlleva ningún juicio de valor…”. Sin embargo, cuando los Estados actúan, lo justifican, precisamente, con juicios de valor, especialmente cuando acuerdan sanciones internacionales, condenan ciertos regímenes o rompen relaciones diplomáticas con aquellos que vulneran principios relacionados con la democracia, la libertad y el respeto a los derechos humanos.


China, Cuba, Venezuela, Nicaragua o Corea del Norte —auspiciada por China— son dictaduras, y en ninguna se respetan los derechos humanos, por lo que hay sobradas razones para condenarlas. Otra cosa es que una mayoría de países, por intereses, conveniencia o presión de China, cedan e ignoren valores y principios que dicen defender, y por los que aseguran luchar. ¿Es de recibo esa doble moral internacional? Si aceptamos que en política solo hay intereses, y que reconocer realidades permite ignorar principios, entonces asumamos las consecuencias de la falta de ética.

Se argumenta también sobre la oportunidad para mejorar e incrementar el comercio. Hemos visto de lo que es capaz China cuando decide, arbitraria y abusivamente, retener contenedores guatemaltecos de café y macadamia en sus puertos, conducta que, por cierto, la OMC no ha condenado. El gigante galantea su autoritarismo y embarga mercancías cuando le conviene ¿A qué tribunal se puede acudir en aquella dictadura para resolver conforme a Derecho? Guatemala, además, tiene una capacidad de producción que difícilmente atiende a un mercado pequeño, por lo que cualquier macromercado —como el chino— es impensable surtirlo cuando la demanda supera exponencialmente la capacidad de oferta.

Si aceptamos que en política solo hay intereses, y que reconocer realidades permite ignorar principios, entonces asumamos las consecuencias de la falta de ética.


En el período 2000-2020, el comercio chino con América Latina pasó de 12 mil a más de 315 mil millones de dólares, y en Centroamérica la balanza comercial es enormemente deficitaria a favor de China, lo que incrementa el poder y la influencia política. Honduras exportaba el camarón a Taiwán a un precio aceptable antes de establecer relaciones con China, ahora bajaron las ventas y se redujo el precio. En el año 2023, Guatemala importó de China más de 68 veces lo que le vendió, volumen que representa el equivalente de todo lo que Taiwán ha exportado al país en las últimas tres décadas. Y es que, una vez en el poder, el gigante asiático impone sus reglas, precios y condiciones.


A China no le preocupa la democracia, sino reforzar regímenes autoritarios. Está interesada en minerales y materias primas, invierte en centros de datos, control del espacio electromagnético e infraestructura estratégica, y termina apropiándosela o controlándola de no cumplir con el pago de los préstamos. El puerto de Montenegro ejemplifica esa forma de acción.

No se puede defender la democracia, el libre mercado, el estado de Derecho y el respeto a los derechos individuales y mantener relaciones diplomáticas con un país que no observa ninguno de esos pilares fundamentales. El error no es fuente de Derecho, y si 183 países no observan —hipócritamente— esa alineación entre el ser y el deber ser no significa ni justifica hacer lo contrario. Las dictaduras solo existen porque las democracias lo permiten con sus tibiezas.


Entablar relaciones diplomáticas con China sería atarnos más fuerte la cuerda al cuello, dejar de tener la ventaja competitiva que ahora disponemos —tenerlas con Taiwán— y perder la coherencia política mantenida hasta la fecha. La ética no debe estar al servicio de los intereses o, caso contrario, ¡vámonos, y el último que apague la luz!

ESCRITO POR:
Pedro Trujillo
Doctor en Paz y Seguridad Internacional. Profesor universitario y analista en medios de comunicación sobre temas de política, relaciones internacionales y seguridad y defensa.

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