A contraluz
República bananera
Ubico fue obsequioso con la United Fruit Company que era un Estado dentro de otro Estado.
Anchuria era una pequeña república ficticia que surgió de la pluma de William Sydney, escritor estadounidense conocido como O. Henry. En realidad, el autor se inspiró en Honduras, donde vivió a principios del siglo XX y conoció muy de cerca cómo ese país era gobernado por una dictadura que estaba al servicio de una gran empresa estadounidense que concentraba el poder real. De ahí surgió la expresión peyorativa de “república bananera” que le quedaba como anillo al dedo a la Guatemala del dictador Estrada Cabrera que, desde 1901, dio concesiones a la United Fruit Company (UFCO), la cual llegó a controlar más del 40 por ciento de las tierras agrícolas del país y el monopolio de la producción y exportación del banano. La frutera extendió su control hacia el ferrocarril y otras vías de comunicación, lo que significaba el dominio de la economía nacional y una influencia total sobre la política de un país frágil e inestable, gobernado por corruptos, componentes esenciales de una república bananera.
La actual cleptocracia sueña con mantener los privilegios de las élites extractivistas, al estilo de una república bananera.
El servilismo de los gobiernos hacia la frutera se extendió hasta la tiranía de Ubico, a quien le dio el espaldarazo para que accediera al poder. A este general le gustaba vestirse como Napoleón Bonaparte y se preciaba de ser muy cercano a esa transnacional, que para entonces extendía sus tentáculos hacia la mayoría de los países de Centroamérica y el Caribe. Entre los privilegios que otorgó a esta compañía estaba la inmunidad criminal con el decreto 2791. Además, le permitió ampliar su latifundio con extensas tierras agrícolas en la Costa Sur, exención de impuestos, importación libre de aranceles de todos los bienes que requería, así como la graciosa garantía de mantener los bajos salarios para sus trabajadores. La UFCO se había convertido en un Estado dentro de otro Estado, y Ubico solo era el administrador de su finca.
Mientras la dictadura era veleidosa con la frutera, trataba con mano dura las justas exigencias de la población, sumida en la miseria. La falta de libertades políticas, el autoritarismo y la concentración del poder en las élites terratenientes generó el germen del descontento que llevó a la revolución de 1944. Una de las primeras medidas que tomó el gobierno de Juan José Arévalo fue la promulgación de una Constitución política moderna, cuya inspiración fue la carta magna estadounidense. Se aprobó el nuevo Código de Trabajo, que otorgó derechos fundamentales a los trabajadores, como la jornada laboral de ocho horas, el derecho a la huelga y la indemnización, algo que buscaba reparar los salarios de hambre que pagaba la frutera. El presidente Jacobo Árbenz trató de profundizar el desarrollo del capitalismo con la reforma agraria, cuyo objetivo era redistribuir las tierras ociosas en manos de los latifundistas, como la UFCO, para beneficiar a los campesinos sin tierra.
De inmediato, la frutera tildó al gobierno de Árbenz de comunista e inició el movimiento golpista. Para influir en la opinión pública estadounidense contó con el apoyo de Edward Bernays, a quien se le considera el padre de la publicidad. Desarrolló una campaña que presentaba a la UFCO como víctima de las políticas arbitrarias del “régimen comunista de Guatemala”. Eso llevaría al presidente Eisenhower a intervenir y dar un ultimátum a Árbenz. Lo demás es historia, con la intervención de la CIA que financió y dirigió el golpe de Estado, de la mano de la oligarquía local que buscaba el retorno de su época dorada donde podía hacer lo que le viniera en gana. Anchuria, la pequeña república bananera, volvía a hacerse realidad en el país de la eterna tiranía. Décadas después, un incipiente retorno de la primavera democrática vuelve a estar bajo el fuego de quienes anhelan que las élites extractivistas tengan el control absoluto de lo que consideran su finca.