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Hay pobres que son ricos y ricos que son pobres

Las riquezas pueden seducir tanto a quienes disponen de ellas como a quienes desean ardientemente tenerlas pero no las poseen.

Con la llegada de europeos a América en 1492, el continente se conectó para siempre, después de siglos de aislamiento, con el resto del planeta. A partir de entonces se da inicio a un proceso de transformación económica y social que cambiaría el mundo para siempre. Para algunos, el afán de riquezas y la ambición fue el motivo por el que se embarcaron hacia la tierra recién descubierta.  Pero para otros, la mirada sobre el Nuevo Mundo solo era posible desde la perspectiva espiritual sustentada en los valores cristianos. El inicio de la exploración y colonización del continente coincidió con uno de los momentos culturales más elevados de Occidente: el Renacimiento, el humanismo cristiano y el trabajo intelectual determinante de la Escuela de Salamanca. En no pocas ocasiones la visión cristiana del mundo fue motivo de enfrentamiento entre misioneros, monarcas y colonizadores.

Las riquezas pueden seducir tanto a quienes disponen de ellas como a quienes desean ardientemente tenerlas pero no las poseen.

La fe en Jesucristo permite una comprensión correcta del ser humano, su trascendencia y su desarrollo social, en el contexto de un humanismo integral y solidario. Jesús confiere a la riqueza y a la pobreza una definitiva claridad y plenitud. Por una parte, los bienes materiales son apreciados en cuanto son necesarios para la vida, pero por otra, los bienes económicos y la riqueza son condenados, no por sí mismos, sino por su mal uso. La persona, en efecto, no puede prescindir de los bienes materiales que responden a sus necesidades primarias y constituyen las condiciones básicas para su existencia. Pero cuando  esos bienes y los recursos necesarios faltan a algunos, la sociedad se deshumaniza. 

¿Cómo podríamos hacer el bien al prójimo —se pregunta Clemente de Alejandría— si nadie poseyese nada? La Iglesia enseña que la actividad económica y el progreso material deben ponerse al servicio del hombre y de la sociedad: dedicándose a ellos con la fe, la esperanza y la caridad de los discípulos de Cristo, la economía y el progreso pueden transformarse en lugares de salvación y de santificación. También en estos ámbitos es posible expresar un amor y una solidaridad más que humanos y contribuir al crecimiento de una humanidad nueva, que prefigure el mundo de los últimos tiempos. Las riquezas realizan su función de servicio al hombre, cuando son destinadas a producir beneficios para los demás.

Es difícil poseer riquezas sin ser poseído por ellas. Existe el riesgo de acumular bienes de manera fraudulenta a través de la corrupción, el robo o la injusticia. Asimismo, quien está instalado en la abundancia material puede valorar la existencia y apreciar a los otros, más por el tener que por el ser. Las riquezas pueden seducir tanto a quienes disponen de ellas como a quienes desean ardientemente tenerlas pero no las poseen.  Por eso hay —paradójicamente— pobres que son ricos y ricos que son pobres. Ser rico consiste en tener muchos bienes y lograr con ellos el bienestar. Pero esos bienes no pueden ser principalmente materiales, puesto que la mayor riqueza es la que está en el interior del hombre, es decir, su espíritu. El error consiste en interpretar el bienestar como algo esencialmente material.

La pobreza se eleva a valor moral cuando se manifiesta como humilde disposición y apertura a Dios y confianza en él. Quien reconoce su pobreza ante Dios, en cualquier situación que viva, es objeto de una atención particular por parte de Dios. Estas actitudes hacen al hombre capaz de reconocer lo relativo de los bienes económicos y de tratarlos como dones divinos que hay que administrar y compartir, porque la propiedad originaria de todos los bienes pertenece a Dios.

ESCRITO POR:

Tulio Omar Pérez Rivera

Licenciado en Teología Litúrgica por la Universidad Pontificia de la Santa Cruz de Roma. Durante varios años fue párroco en zonas indígenas cakchiqueles. Actualmente es obispo auxiliar de Santiago de Guatemala.