Fundamentos
Frankenstein y la reforma política
Para hacer una buena reforma se deben tener claros los dos o tres objetivos que se pretenden.
Se ha anunciado una nueva propuesta de reforma a la Ley electoral y de partidos políticos. Luce un nuevo intento de continuar parchando una mala ley. Es como en el cuento de terror gótico de principios del siglo XIX de Mary Shelley, donde un científico pretende dominar el don de dar la vida recurriendo a retazos de humanos y termina creando un monstruo que se vuelve en contra suya. Algo como sucedió con la última gran reforma política, la de 2016-2017.
Luce que esta nueva reforma es un mal parche a una mala ley.
En el marco de los embates judiciales de aquella época, con el júbilo de grupos militantes y activistas y con el sonido de tambores en pleno Congreso de la República, los legisladores terminaron aprobando una serie de propuestas que, a oídos de aquel famoso “clamor de la plaza”, sonaba muy bien. Pues bien, casi la mayoría de las propuestas terminaron siendo un estrepitoso fracaso, bien porque algunas no se pueden implementar, como el caso de la repetición de elecciones, bien porque otras terminaron perjudicando la participación ciudadana o la transparencia política, como lo fue el caso de las normas restrictivas de financiamiento electoral o la limitación para dar a conocer los proyectos políticos a través de la pauta en los medios de comunicación. Toda una obra maestra que estaba destinada a favorecer únicamente a quienes la diseñaron e impulsaron en el momento.
Una norma de nuestra ley electoral obliga a hacer una revisión periódica de la normativa electoral una vez se ha concluido el proceso. Aun cuando esta disposición puede tener algo de sentido, el mandato termina en una convocatoria a una especie de gigantesca asamblea ciudadana donde todos los sectores, instituciones y hasta personas llegan con sus propuestas bajo el brazo. Pretender hacer una reforma integral tomando un poco de aquí y de allá para complacer a los intereses de los grupos de presión es hacer de nuevo el papel del creador de monstruos. Tengo la impresión de que esta propuesta reciente es una secuela más del monstruo de los retazos que mencionábamos.
Si esto es así, entonces, ¿cómo podemos poner en marcha un verdadero cambio a las reglas de juego? Primeramente, el manejo de los tiempos es clave. En esto, tener la discusión ahora y no en las proximidades de un evento electoral es una buena idea. Así que se debe aprovechar la ventana que hay por los próximos meses, pues en la medida en la que nos acerquemos a un nuevo proceso electoral, cada fuerza política querrá diseñar el chaleco a la medida de sus líderes, y ya hemos visto en qué termina eso. Segundo, es preciso que se tenga claro cuáles son los dos o tres objetivos centrales de una reforma. Cuando no se tiene claro cuál es el hilo conductor, terminamos entonces agregando ingredientes a una paella intragable. Yo propongo que sean ampliar la participación ciudadana y mejorar los modos de representación política.
Un tercer aspecto es que se debe practicar la mesura en la experimentación, pues no todas las nuevas ideas son necesariamente buenas ideas. Ya lo vimos en la reforma del 2017. Por último, el liderazgo nacional debería convocar a los secretarios generales de los partidos para que, en un acuerdo político, se pacten las grandes líneas de una buena reforma. Una discusión acotada entre verdaderos líderes políticos y alimentada por la opinión de voces referentes en la materia puede lograr más que un areópago de intereses y prejuicios. Ojalá esta vez se haga diferente.