Guionista, director, camarógrafo y editor de documentales de video, Barillas también tiene una maestría en Arquitectura y actualmente prepara su tesis doctoral en la misma disciplina. En esta línea, su trabajo actual consiste en rescatar fotogramas —imágenes que se suceden en una película— de varias ciudades del país realizadas entre 1926 y 1950, para digitalizarlos y recuperar imágenes inéditas de las ciudades de antaño. En esta oportunidad, Barillas conversa sobre la situación del cine nacional y sus perspectivas.
¿Cómo surgió su interés por el cine?
Desde pequeño me gustó, al igual que a mis hermanos. Somos originarios de la Costa Sur, y poco a poco fuimos adquiriendo equipo. Llegamos hasta el super 8 sonoro, luego el video, y la computadora nos ayudó en la edición. En octubre de 1982, Celso Lara me llamó y me dijo que era el único historiador de cine en el país. Una vez fuimos a la Cinemateca y nos sorprendimos de la cantidad de material: 500 rollos de celuloides. Una cifra infinita para investigadores de todo tipo. En la actualidad preparo un estudio para el doctorado en Arquitectura: El cine como fuente para la reconstrucción de la imagen urbana de las ciudades guatemaltecas.
¿Cómo relaciona ambas disciplinas?
Muchos pueblos se han transformado con la arquitectura de remesas. Pocos conservan una fisonomía propia, tal como Santa María Chiquimula, Totonicapán. La idea es recuperar esa imagen histórica de la capital y ciudades intermedias, para que la población conozca cómo se han venido transformando. Por ejemplo, la evolución del parque de Totonicapán. Partí de una fotografía de Eadweard Muybridge, de 1875, luego unos fotogramas de 1934 hasta imágenes actuales.
Una de las principales dificultades para documentar cine nacional es que el material está muy disperso.
La Cinemateca Universitaria —Enrique Torres— tiene bastante material, pero no todo. También está el archivo de la Asociación Luciérnaga, de Alfonso Porres. Yo trabajo los noticieros de la Tipografía y largometrajes de ficción del siglo XX. Hay muchísimo documental, pero no me dedico a eso; Luciérnaga sí lo hace.
¿Qué sucede con otros materiales? ¿Es complicado recopilarlos?
Absolutamente. Hay materiales no ubicados. Por ejemplo, la Cervecería Centroamericana filmó las vueltas ciclísticas a Guatemala, más o menos desde 1957. Son archivos muy interesantes. Habría que ver si los tienen y en qué condiciones. Algo parecido sucedió con el Dr. Alfredo McKenney, quien tiene una abundante producción cinematográfica en 16 mm. Afortunadamente, la Cinemateca tiene telecine en este formato y se pudo rescatar todo el material, el cual se pasó a DVD, para protegerlo.
¿Qué documentó McKenney?
El Volcán de Pacaya, pero también filmó folclor guatemalteco, acompañado del historiador Luis Luján.
¿Cuándo comenzó el cine en Guatemala?
No hay constancia física del cine sino hasta 1926. Existe una película anterior que está en la cinemateca de Quito, Ecuador, que es de 1910. Es la película más antigua de Guatemala. Las otras son de 1926, de la productora de Carlos Matheu. Él quizá tuvo un convenio con el Gobierno, porque en 1929 este adquirió el equipo de Matheu, con el cual fundaron el Departamento de Cinematografía de la Tipografía Nacional.
¿Con ese material se filmaron las primeras escenas de propaganda oficiales?
Sí, comenzaron con Lázaro Chacón, siguieron con Jorge Ubico y Juan José Arévalo. Pero no hay cintas del período revolucionario, ni de la Junta de Gobierno, ni de Jacobo Árbenz. Para ese período debemos basarnos en fuentes no fílmicas: periódicos y documentos.
¿Cuáles fueron las primeras películas nacionales?
En largometrajes de ficción: Cuatro vidas (1949) una coproducción mexicano-guatemalteca. Luego, El Sombrerón (1950); y dos películas de Salvador Abularach, con equipo mexicano: Caribeña (1952) y Cuando vuelvas a mí (1953). Luego, en 1955, El Cristo Negro, un melodrama donde la providencia de esta imagen resuelve toda situación.
¿Cuáles han sido los grandes temas del cine nacional?
Hay que separar el cine nacional en dos grandes etapas: la primera época, de 1949 a 1978. Aquí, la mayor parte son melodramas; también está lo que se llamó el Pepián Western, filmados en el puro trópico. Por ejemplo, Cristo de los milagros, de Rafael Lanuza, y dos películas de Otto Coronado: La muerte también cabalga y El tuerto angustias. Después, las películas de luchadores de Lanuza, como El castillo de las momias de Guanajuato. Y lo más reciente, que no es mi especialidad, a partir de 1994.
¿Qué sucedió entre 1978 y 1994?
El cine prácticamente desapareció, por el conflicto armado. Solo hay una película de César Beltetón: Tahuanca, el gran señor de la selva (1986).
¿Qué fenómenos se dan en esta segunda etapa?
El silencio de Neto, en 1994, viene a ser el parteaguas en el cine guatemalteco. El guión es de Justo Chang, y la dirección, de Luis Argueta.
¿Por qué es un parteaguas?
Rompe con el esquema del melodrama, como lo fue Candelaria. En cambio desarrolla un drama serio, hay una concepción de la nación guatemalteca y supera estereotipos. De esta época quisiera también mencionar una película bastante desconocida: Justicia, de Raúl Marroquín. Es importante, pues es la primera que se filma en video. Además, hay un cambio en los formatos de producción.
¿Qué cambios suceden en este período?
El año 1994 fue importante, en tecnología y temática. Renace el cine y es diferente. Los pueblos indígenas son más respetados y se quita la carga de prejuicios del cine anterior. Viene una nueva generación de cineastas, formados en el extranjero, como Sergio Valdez, los de Casa Comal y jóvenes como Alejandro Castillo. Son temáticas más sociales, con mucha influencia de los ismos y lo políticamente correcto.
¿Cómo ve el movimiento de cine actual?
Muchos cineastas de la primera época fueron autodidactas. Por ejemplo, McKenney. Solo Arturo Quiñónez había estudiado cine, y el resto aprendió de él. Por ejemplo, los hermanos Muñoz Robledo estudiaron cine por correspondencia, compraron equipo usado y con eso filmaron tres largometrajes de ficción.
Las nuevas generaciones tienen estudios académicos. La fundación Casa Comal tiene una alianza con la escuela cubana que ha permitido formar a varias generaciones. Además, hay dos instituciones fabulosas: el festival Ícaro, que ha fomentado la producción y proyección del cine, y Cinergia, el proyecto de la costarricense María Lourdes Cortés, quien creó un fondo para la preproducción, producción y posproducción. Esto ha elevado la calidad. También hay un movimiento grande de cineastas en la provincia que sin mayores estudios y con mucha voluntad producen.
¿Cómo estamos en comparación con Centroamérica?
Existe un cine en crecimiento. Nunca hemos tenido una ley de cine; por tanto, no hay fomento de este por parte del Estado. Existe apoyo al deporte, las Bellas Artes, pero no a algo tan masivo como el cine.
¿En qué beneficiaría una ley de cine?
Soy miembro fundador de la Asociación Guatemalteca del Audiovisual y la Cinematografía (AGAcine). Uno de los principales propósitos es que exista una ley de cine. ¡Cuántas familias guatemaltecas ven ballet, van al teatro o leen!, pero el cine lo miran a diario. El Estado está de espaldas a la realidad. No hay desarrollo educativo del cine. Nadie le enseña a ver un anuncio publicitario ni una película.
¿Hace falta cultura para apreciar el séptimo arte?
Tenemos una actitud consumista del cine y carecemos de actitud formativa. Hay que elevar la exigencia del público y dar a conocer que el cine es un vehículo para conocer la cultura guatemalteca. Una ley de cine contempla el fomento a la producción, formación de los públicos, creación de archivos fílmicos. ¿Dónde están esas películas?
¿Cómo educar al público a ver cine de calidad?
Es importante entrar al sistema educativo, insertarlo dentro de la currícula, desarrollar más cineclubes. Hay que aprovechar el cine para la enseñanza de la historia y las ciencias sociales.