¿Y Venezuela?

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—y otros secuaces— es una realidad que asesina directa e indirectamente a personas, callan —y otorgan con su silencio— la debacle a la que derivan todos los socialismos, sean del pasado siglo XX o estos más modernos del XXI: la dictadura. La razón es muy simple, pero requiere comprensión. De una parte, son fracasados ideólogos que ven una vida perdida al servicio de algo que fue un fiasco y que no es sustentado por votos populares, de ahí que en este país hayan optado por cooptar ciertas instituciones o politizar la justicia, tras comprobar que en las urnas sus casilleros quedan en blanco. De otra, porque el socialismo —con AK o sin él— siempre fue de corte absolutista y dictatorial y así se demostró en los países que lo impusieron: URSS, Corea del Norte, Cuba, Venezuela y otros.

Los del AK son violentos, y sumamente autoritarios. Dictadorcillos —y dictadorzuelos— en potencia, acostumbrados a que las cosas se hagan según el liderazgo que personifican en algún alterado mental —Castro—, golpista —Venezuela— o violador —Nicaragua—. Destruyen y matan, y buscan cómo justificarlo con mensajes burdos que ya nadie cree. Han perdido a la juventud, especialmente a la que reflexiona y piensa, de ahí que muchas universidades estatales adoctrinen según el pensamiento tradicional con los desfasados discursos de siempre o los clásicos esquemas revolucionarios. Los jóvenes venezolanos no se han dejado llevar por esos métodos y protestan, aún con riesgo de sus vidas, como lo demuestran los últimos sucesos.

Suelen despotricar —siempre lo hicieron— contra el imperialismo norteamericano, la oligarquía y otra suerte de sectores/grupos, mientras son capaces de falsificar, mentir y engañar porque son tramoyeros profesionales que emplean los medios para justificar todo con aquel “yo no fui” que consintió crímenes, justificó terroristas o promueven a descerebrados al poder. Venezuela está lleno de gentuza perteneciente a esa clase que tomó el poder; aquí y en otros lugares también existen camuflados bajo no importa qué disfraz pero delatados por su expresión o silencio, según el momento.

Es una vergüenza no encontrar más condenas públicas y directas sobre lo que ocurre en Venezuela, pero también una alerta sobre lo que se puede esperar de ese grupo de “intelectuales” con manos manchadas o conciencia ennegrecida que utilizan el rojo en las banderas —y en las plumas— para luego convertirlo en sangre. Su registro akásico —como el de ciertos “académicos” cómplices— desapareció—quizá nunca existió— y se quedaron con la huella del AK impregnada en sus manos.

Continúan con la dialéctica de la amenaza o con la diatriba de costumbre, desde tribunas que aún les consienten promover verdades a medias, asociarse con poderes ocultos o contribuir a proyectar individuos que, como ellos, carecen de valores, ética y principios básicos de cualquier sociedad libre. Son como aquellos de Venezuela, pero con cara y acento chapín. Ignoran la dictadura venezolana pero desean y promueven otra para aquí. ¡Se equivocan esos akásicos del AK!, si creen que la gente no aprende.

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ESCRITO POR:

Pedro Trujillo

Doctor en Paz y Seguridad Internacional. Profesor universitario y analista en medios de comunicación sobre temas de política, relaciones internacionales y seguridad y defensa.