El platanazo de inMaduro
Todo por temor a la crítica y el señalamiento iluminador del fracaso de la dictadura reinante, herencia del fantasma chavista y de aquel “pajarito” que le sopló al oído a un exchofer metido a política —que por misterios cósmicos insondables— estaría sentado en la silla presidencial de Venezuela para terminar de conducir a su país al abismo.
Cerrados los pesos y contrapesos de la democracia al abrir al infinito el número de años que puede aspirar a ser reelecto un candidato, el castro-chavismo se ha entronizado durante 14 años manipulando groseramente todos los mandatos constitucionales, comprando con el clientelismo más obsceno a magistrados y congresistas afines; convirtiéndolos en una cacofonía indecente de loros partidistas.
Lo más triste es que junto a Maduro se retrata también a todo ese “gru-pillo” de países clientelares. Helo ahí, a Maduro rodeado de todos los miembros del Alba, del Celac, de Petrocaribe y demás cohortes convocadas por el interés del oro negro robado al pueblo venezolano. Con su silencio de corderitos, acompañando la ignominia y la mentira. ¡Qué vergüenza que las conveniencias de la geopolítica vendan la democracia a precio de oro negro y conviertan sus estatutos fundamentales en corifeos sobre inexistentes complots y agotadas acusaciones de fascismo.
En sus pies yace la democracia defecada y en trapos de inmundicia. Y ni la OEA, ni las Naciones Unidas —tan vociferantes en la defensa de los derechos humanos cuando les interesa— osan levantar la mano sabiendo que buena parte de los suyos están comprados o coaccionados.
Esta columna llora los muertos de los hermanos venezolanos. Llora la sangre de jóvenes mártires. Llora la incapacidad del mundo de poner coto a esta dictadura desbocada que se siente arrinconada y cuya única arma es el precio del petróleo y colocar como carne de cañón a todos los que tiene en planilla gubernamental.
Su ignorancia de las leyes del mercado y la economía son apabullantes. Cree que el libre intercambio de bienes y servicios está manejado por una red de complotadores a quienes hay que dictarles los precios por decreto. Y los enfrenta con tanta vehemencia que los pobres se creen con derecho al saqueo y al robo. El resultado es tener el 56 por ciento de inflación, la más alta del mundo. Y el crecimiento económico más bajo de Latinoamérica.
No son los jóvenes manifestantes los que tienen sumida a Venezuela en el caos actual. Ellos no han dilapidado los cientos de millardos de dólares en insensatas aventuras clientelares. Ni son los responsables del desabastecimiento de productos básicos. Ni de que haya hambre en un país con tanta riqueza petrolera, lo cual es una infamia imperdonable.
El peligro de la revolución bolivariana se extiende como cáncer. Sus tentáculos ya tienen cabeza de playa en Guatemala a través de líderes como Daniel Pascual —de Conic—, quien recientemente brindó su apoyo público a la tiranía venezolana. El apoyo financiero ya está presente en las próximas elecciones. Basta seguir el venenillo en los discursos para saber quién está en la planilla de la infamia bolivariana.
El desafío está planteado por Martin Luther King Jr.: “Los lugares más calientes del infierno están reservados para aquellos que en un período de crisis moral mantuvieron su neutralidad. Llega el momento en que el silencio se convierte en traición”.
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