“Pasá adelante”
Anduve un par de cuadras hasta que oí música que salía de algún lugar y hacia allá me dirigí. Frente a una fachada, un farol de luz fuerte iluminaba el jardín. La puerta estaba cerrada, pero tenía una ventana abierta. Toqué. Abrió un muchacho. Le pregunté si quedaba alguna cena. “Ya no queda nada —me dijo— pero te puedo preparar un sándwich”. Está bien —respondí— y una cerveza. Entré y me acomodé en un banco frente a un pequeño bar. Me preparó un pan con jamón, me lo alcanzó junto con la cerveza y se fue a otra sala con quienes evidentemente eran sus amigos.
Me entretuve observando el lugar. En una banca, a la orilla de un jardín interior había una pareja besándose. En otra, una mujer dormitaba, y más allá, donde se encontraba el que me sirvió, se sumó otra muchacha. Cuando terminé, pedí otra cerveza. “Podés tomarla”, me gritó.
En las paredes había cuadros de grupos musicales. Sobre una mesa, boquitas de las que me serví sin decir nada. La pareja seguía besándose y la muchacha que antes se adormecía sentada, se acostó en la banca y supongo que se durmió. Terminé de comer y beber. No sé cuánto tiempo estuve allí, habrá sido menos de una hora. Decidí regresar al hotel, así que pedí la cuenta. ¿Cuánto es? —pregunté—. “No es nada”. Rió y añadió el que me había atendido: “Esta es casa particular. Aquí vivimos varios amigos”. Desconcertado, dije algo como: ¿Qué? ¿Y las cervezas? ¿Y la comida ?
“Dijiste que querías comer y te pasé adelante. No hay problema, rió de nuevo. Las cervezas son gratis. Ya nos dimos cuenta de que te equivocaste ¿Querés algo más?”. Reí. Creo que carcajeé. Suficiente, —le dije—. No tuve palabras para agradecer la hospitalidad. Me fui, riendo por las calles, creo que hasta sentí un poco de la famosa pena guatemalteca.
Cada vez que recuerdo aquello, pienso en lo afortunado que fui y que el mundo debería ser así de hospitalario. Además, deberíamos irnos de casa al cumplir la mayoría de edad. En nuestro país solemos migrar de la casa materna a la nueva procreadora —y casados—. No aprendemos a vivir solos, con nuestras propias responsabilidades y errores. A las mujeres todavía se les enseña que “lo correcto” es salir de un hogar para formar otro.
Mientras el mundo aprende a manejarse desde temprana edad, pues en muchos países es normal que muchachos hombres y mujeres vivan en comunidad, nosotros nos atamos al ombligo, al útero comunitario, a las raíces y tradiciones. Argumentamos unidad familiar pero es miedo a dejar el nido. Eso nos impide crecer en vías particulares y afecta nuestro discernimiento.
En cuanto a la convivencia, ese “pasá adelante” es cada vez más raro. La inseguridad nos ha vuelto temerosos, aquí o en Costa Rica. Echamos tres candados a la puerta. En alguna época fuimos confiados. No cambiamos por nuestro gusto, sino porque no quedaba de otra. Lástima.
@juanlemus9