Ideas
Zapet
Siempre defendiste tu gran amor por la libertad, a capa y espada, contra viento y marea.
Te conocí a finales del siglo pasado. Nunca me imaginé que sería el inicio de una aventura que giraría alrededor de la visión que compartimos de una Guatemala desarrollada en libertad. Esa visión nos llevó, junto con Marta Yolanda, y luego también María Dolores, a dedicar buena parte de nuestra vida a difundir los valores de una sociedad de personas responsables y libres, en busca de su felicidad.
Tus orígenes te permitieron reivindicar la empresarialidad de la mayoría de los indígenas en Guatemala.
Siempre te admiré por tu vasto conocimiento en muchas áreas, pero especialmente por tu avidez de seguir aprendiendo, a cada rato nos contabas de una nueva maestría que estabas estudiando, aparte de todo el conocimiento que adquirías de manera autodidacta. Y así se fueron acumulando los títulos, pero, más importante, el conocimiento que luego te servía para instruir a la gran cantidad de personas que te escuchaban diariamente en Libertópolis.
Esa fue tu faceta más conocida, la de comunicador. Y vaya si comunicabas. Aunque estuviste en todos los medios, desde los escritos hasta la televisión, en donde te transformabas era en la radio. Esas dos horas diarias que compartías con tu audiencia eran una aventura en sí misma. Nunca sabía uno con qué ocurrencia ibas a salir. Igual podías hablar sobre la inflación con aguacates, que sobre los nuevos descubrimientos en el desarrollo de la cultura maya, que describir vívidamente una boda de pueblo, que hacer toda una telenovela de las declaraciones de un testigo protegido en uno de los casos más emblemáticos de corrupción. En todas, uno de los hilos conductores era tu facilidad de explicar fenómenos complejos de manera simple para que cualquiera, aunque no tuviera una educación formal, lo entendiera. Y el otro era tu gran amor por la libertad, que siempre defendiste a capa y espada, contra viento y marea.
El estilo irreverente con que te expresabas, para algunos, demasiado subido de tono, para muchos otros, “sin pelos en la lengua”, marcó época. La gente no podía ser indiferente frente a vos, o te amaban o te odiaban, pero eso nunca te importó. De hecho, creo que era lo que te servía de combustible para seguir adelante. Esas dos horas frente a la gente, llenas de energía y motivantes, te consumían, al grado de que en muchas ocasiones terminabas rendido en el sofá de la recepción de Libertópolis. Pero lo disfrutabas, lo disfrutabas al máximo, cada mañana.
Pero también tuviste tu faceta de intelectual, de investigador, de analista y de consultor. Tus conocimientos de antropología, combinados con tu experiencia de vida, hacían una amalgama difícil de encontrar en otra persona. Tus seminarios de mercados indígenas les permitieron a varias generaciones de estudiantes entender cómo funcionan los mercados en la práctica. Las clases que impartiste en diferentes universidades e instituciones sembraron una semilla que probablemente ni vos llegaste a imaginar qué tanto prosperaría. Pero de que dejaste huella en muchos, la dejaste.
Nunca renegaste de tus orígenes, pero tampoco dejaste que te limitaran. Igual podías desenvolverte en Chimaltenango o en el Ixcán que en Nueva York o en Berlín. Fueron esos orígenes los que te permitieron reivindicar la empresarialidad de la mayoría de los indígenas en Guatemala, que se manifiesta en los mercados que a tantos ayudaste a entender.
Quiero terminar este pequeño homenaje a mi amigo y compañero de batallas, Estuardo Zapeta, con la frase que él mismo escribió al final de la introducción de uno de sus libros, hace 25 años, pero que quedó perfecto para su epitafio: “Esta vasta Galaxia Gutenberg me ha absorbido. Soy indígena y global al mismo tiempo. Yo soy mi propio futuro y mi destino. Termino. Me desconecto de la lap top. B’alam sale del cyber espacio. Ha dejado El Jaguar sus huellas y sus ideas en esta historia contemporánea que parece el eterno retorno de los ciclos de vida y muerte. Esta es mi poesía, y sigo siendo fiel a mi filosofía. Cambio y fuera”. ¡Vuela libre, Zapet!