Estado, empresa y sociedad
Guatemala: 17 años después
Me siento muy honrado y agradecido por la invitación para retomar esta columna de opinión y poder reencontrarme con los lectores de este medio de comunicación social.
El 17 de mayo del 2007, se publicó la última columna de mi primera experiencia como columnista de prensa, que compartí semanalmente por dos años y medio. Atendiendo a una prudente y sana política de Prensa Libre, coherente con un periodismo independiente, dejé de escribir esta columna porque decidí incursionar en la política y el servicio público.
Guatemala es un país de oportunidades, pero no podemos seguir desperdiciándolas.
En aquella ocasión escribí que nuestro país “no avanza porque somos abundantes en la crítica, parcos en el elogio y temerosos en el compromiso y la acción. El problema está en la política; la opción es que luchemos por cambiar la situación desde adentro de la política. Así sabremos qué responder a nuestros hijos y nietos cuando nos pregunten, por qué, si los buenos eran más, dejamos que unos pocos, los malos, destruyeran Guatemala”. Aseveración que sigue siendo válida 17 años después.
Después de haber servido a Guatemala durante más de cinco décadas, tanto en lo público como en lo privado, ahora me encuentro en situación de retiro. Me siento muy honrado y agradecido por la invitación para retomar esta columna de opinión y poder reencontrarme con los lectores de este medio de comunicación social que, por antonomasia, representa un periodismo independiente, honrado y digno. Precisamente ayer, Prensa Libre celebró 73 años de una vida periodística digna de encomio.
Han pasado cuatro períodos de gobierno (incluyendo uno dividido, dado que los últimos cinco meses estuvo a cargo de un presidente interino). A la fecha ha transcurrido una sexta parte del período del actual gobierno, que resultó una inesperada sorpresa electoral, aunque congruente con el deseo de los ciudadanos de llevar al gobierno central a una opción nueva y diferente, que fuera capaz de generar la esperanza de cambios profundos en la forma del quehacer político y capaz de brindar resultados concretos y efectivos en beneficio de la población. El común denominador predominante fue que la ciudadanía no quería más de lo mismo.
Lamentablemente, los problemas siguen siendo virtualmente los mismos. Recientemente, el Fondo Monetario Internacional valoró la estabilidad y solidez macroeconómica, pero advirtió sobre la desaceleración de las exportaciones e inversiones extranjeras, la dependencia de las remesas, la falta de avances en la agenda económica, un crecimiento por debajo del potencial y el riesgo del resurgimiento de la agitación social.
Aumentar los ingresos e impulsar la cobertura y calidad del gasto e inversión pública, con transparencia y efectividad, en salud, nutrición, educación, programas sociales e infraestructura, gestión del cambio climático, prevención de desastres naturales y ciberataques, son tareas sin la debida atención. También aprobar la reforma bancaria pendiente, la nueva ley antilavado de activos, la ley de competencia y reformar la Ley de Alianzas Público Privadas (APP).
Primordialmente son los mismos aspectos que no han permitido que las agencias calificadoras de crédito soberano (Standard & Poor’s, Moody’s, Fitch Ratings) suban la nota de Guatemala, que se mantiene a un peldaño para pasar de riesgo especulativo a riesgo de inversión. Siendo la economía más grande y pujante de la región, paulatinamente estamos perdiendo el liderazgo económico, político y social que históricamente habíamos tenido como país. El guatemalteco es laborioso, emprendedor y resiliente, por lo que el Estado, la empresa y la sociedad, estamos llamados a trabajar unidos, sin más divisiones y ni luchas destructivas internas, que tanto daño nos ha venido haciendo.
Guatemala es un país de oportunidades, pero no podemos seguir desperdiciándolas. Como decían las abuelas: “El tiempo perdido hasta los santos lo lloran, y eso que son santos”.