“Aquel espacio se equipara al campo de concentración de exterminio de Auschwitz. Por allí pasaron entre ocho mil y 10 mil personas que fueron torturadas y más de 50 asesinados”, señaló Seixas, que preside actualmente el Consejo de Defensa de los Derechos de la Persona Humana (Condepe) del estado de Sao Paulo.
Seixas, en el DOI-CODI, vio a su padre ser torturado y asesinado en ese predio, en el que actualmente funciona el 36 Distrito Policial de Sao Paulo y sobre el que el activista lidera un proyecto para ser declarado como patrimonio histórico de la ciudad.
La actual oficina policial, según Seixas, representa “un territorio enemigo que necesitamos conquistar y devolver para la civilización”.
“El espacio fue un pedazo de Brasil durante 21 años. La memoria de aquel local no me pertenece (como víctima), pero le pertenece a todos los brasileños, por eso tenemos que convivir con ella y no es para destruirla, tenemos que preservar el local y asumir que es un patrimonio”, apuntó.
Seixas lideró este lunes una manifestación dentro del DOI-CODI, en el que centenas de personas, la mayoría familiares o amigos de víctimas de la dictadura, recordaron ese episodio trágico de la reciente historia brasileña.
“Era la gestión nazista de Brasil, la puerta de entrada del infierno”, aseveró el activista, quien recordó que cuando él y su familia llegaron a local escucharon de la boca de los represores: “llegaron al infierno. Vamos a ver si salen vivos de aquí”.
En su descripción del antiguo lugar, Seixas recordó que eran seis celdas subterráneas y una “solitaria”, además de dos salas de tortura, con varias “herramientas” como sillas de descargas eléctricas, y otro espacio de interrogatorios en el patio del local.
Muchos de esos espacios eran separados del barrio por un vidrio y así, contó el activista, “los vecinos sufrían con nosotros”.
En la manifestación de hoy, activistas como Amelinha Teles y Adriano Diogo, presidente de la Comisión de la Verdad del Estado de Sao Paulo “Rubens Paiva” , leyeron el manifiesto “Dictadura Nunca Más” y declararon la fecha como “el día de la Vergüenza Nacional”.
En el acto, acompañado de presentaciones musicales y teatrales alusivas a los 50 años del golpe militar, los manifestantes abuchearon los nombres de los torturadores, que fueron leídos, y aplaudieron los de las víctimas.
Teles, presa en la calle junto a su marido y un amigo que fue posteriormente asesinado, contó que después el régimen “secuestró” a sus dos hijos, de cuatro y cinco años de edad en la época y a su hermana, que tenia ocho meses de gestación.
“La edad promedio de los presos era de 23 anos” , recordó Teles, quien señaló que cuando las marcas en el cuerpo de la tortura se desaparecían los presos eran trasladados para otros lugares y muchas mujeres en las sillas eléctricas de tortura abortaban y otras eran violadas por sus guardianes.
En ese local, comandado entre 1970 y 1974 por el coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, pasaron presos insignes de la dictadura como el periodista Vladimir Herzog, que murió durante una sesión de torturas y luego se informó que él se había suicidado.