Nota bene
Libertad para Venezuela
¡La oposición ganó!
Edmundo González Urrutia, el candidato apoyado por María Corina Machado y la Plataforma Unitaria, ganó las elecciones el pasado 28 de julio en Venezuela. Anticipando el fraude oficial, la coalición recabó evidencia concreta. María Corina anunció que tenían un 73% de las actas, y que González Urrutia acumuló 6.27 millones de votos, mientras el presidente Nicolás Maduro tan solo tenía 2.75 millones. No obstante, el Consejo Nacional Electoral (CNE) declaró reelecto a Maduro con 51.2% de los votos.
Hay evidencia concreta.
Nunca antes la oposición había logrado demostrar el fraude electoral de forma tan contundente. Los observadores internacionales corroboran esta versión, ya sea por lo que vieron el domingo 29, o porque se les impidió hacer su trabajo de verificación. Estados Unidos y varios países de Europa y América Latina, incluyendo Guatemala, desconocieron la victoria de Maduro y piden la difusión de la base de datos completa. Al grito de “¡Libertad!”, miles de venezolanos salen a las calles a diario para protestar, con un saldo de 20 muertos y alrededor de dos mil arrestos (Human Rights Watch). Maduro aseveró que a los manifestantes detenidos les espera el “máximo castigo” en las cárceles, junto con criminales de alta peligrosidad.
Claramente, Nicolás Maduro quiere pasar a la historia como el Nicolae Ceausescu de las Américas. El dictador Ceausescu ignoró todas las muestras de insatisfacción ciudadana, tanto en Rumania como en los países aledaños. Se aferró al poder que había acumulado desde que asumió el liderazgo del partido comunista en 1965. En 1984, frenó un intento de golpe de Estado en su contra. Tres años después, se produjo la rebelión Brasov. Más de 20 mil trabajadores protestaron por la falta de comida, electricidad y calefacción. Pidieron el fin del comunismo. El ejército y los policías encarcelaron a los manifestantes. El detonante final ocurrió el 17 de diciembre de 1989, cuando Ceausescu ordenó a los soldados disparar contra unos manifestantes en la ciudad de Timisoara. Enfurecidos, los ciudadanos salieron a las calles masivamente, en lo que se conoce como la Revolución Rumana. El ejército cambió de bando a favor del pueblo y capturó al dictador y su esposa mientras intentaban huir. Ellos fueron juzgados, sentenciados y ejecutados el 25 de diciembre. De todos los países que formaron parte del bloque soviético, solamente en Rumania se derramó tanta sangre, culpa de la obstinación del dictador.
Alternativamente, Maduro podría imitar a Mijaíl Gorbachov, quien promovió la reforma perestroika que implosionó el comunismo en los países del bloque soviético, a partir de 1989. O a Miloš Jakeš, el secretario general del partido comunista de Checoslovaquia, quien, ante el evidente descontento popular, anunció que el partido comunista se retiraría del poder y desmantelaría el sistema de gobierno de partido único, en noviembre del mismo año.
El autor de Cómo caen los tiranos (2024), Marcel Dirsus, afirma que la cercanía y el poder son cruciales para provocar la caída del dictador. La presión que se ejerce desde el extranjero ayuda, pero no es determinante. Es preciso apoyar a las masas de ciudadanos descontentos, que están más cerca, y esperar que surjan fisuras dentro del ejército y la policía. Los dictadores suelen cometer errores y tropezarse ellos solos, dice Dirsus, y parece que un debilitado y paranoico Maduro se equivoca a diario.
Los latinoamericanos amantes de la libertad nos unimos a los valientes venezolanos, y rezamos para que pronto logren liberarse del pesado yugo del socialismo bolivariano, y puedan empezar a reconstruir su destrozada nación.