Rincon de Petul
El orgullo en París; que las lágrimas nos valgan
Lo que vivimos es un hito en nuestro país sobre el que se ha de construir.
Para países golpeados, a veces los momentos de gloria son tan escasos que, cuando llegan, considero valioso celebrarlos sin el remordimiento que he visto a algunos expresar en los últimos días. Cuando esa gloria trae aparejado un sentido o implicación que se extiende a lo nacional, esos momentos de celebración pueden catapultarse como ejemplos para motivar el futuro de todo el colectivo. Ese es el gran valor cuando un hijo de la patria alcanza un logro portando los colores de la bandera. El Diccionario de la Lengua Española se refiere al nacionalismo como un sentimiento fervoroso de pertenencia a la nación. Y eso, creo, es con lo que muchos nos contagiamos esta semana por los logros de nuestros compatriotas en unos Juegos Olímpicos de París que ya debemos abrazar como un momento que quedará conectado con el orgullo nacional de Guatemala: los primeros juegos donde obtenemos más de una medalla; la primera lograda por una mujer. La primera medalla de oro. Se dice fácil y rápido, y a veces siento que no dimensionamos cuán grande es esa hazaña deportiva.
Hoy, cuando sale publicado este artículo, vamos por la mitad de las competencias olímpicas en Francia, y solo 54 países de todos los participantes han logrado celebrar preseas. Están, por supuesto, las potencias globales que acostumbran a arrasar con la mayoría, pero hay que fijarse en estos datos: de la veintena de países que conforman Hispanoamérica, solo 4 se han logrado colar en el medallero. De ellos, Guatemala permanece en el primer lugar, por el oro y bronce de Adriana Ruano y Jean Pierre Brol. Pero, en realidad, así de inmensamente difícil es montarse en el podio: los únicos otros hispanoamericanos con medallas son Argentina y Ecuador, con una medalla cada uno, y México, con tres, pero ninguna de oro. Los presupuestos de estas potencias son inmensamente mayores al nuestro (México, US$233 millones; Chile, US$213 millones; Colombia, US$169 millones), lo cual suma a la satisfacción que produce lo de los nuestros.
Los primeros juegos donde obtenemos más de una medalla; la primera lograda por una mujer. La primera medalla de oro.
Pero creo vano celebrar triunfos olímpicos si no se reflexiona sobre las politiquerías que impiden a más compatriotas lograr también sus metas. Por años hemos escuchado los lamentos de jóvenes atletas de todas las disciplinas, que compiten en situación de desventaja contra otros países cuyas autoridades deportivas no están infestadas de intereses corruptos. Y merece aún más consciencia cuando recordamos que las notas de Álvarez Ovalle estuvieron a punto de no entonarse en París, por culpa de la bochornosa sanción impuesta por el Comité Olímpico Internacional contra los corruptos en el país. Si no fuera por la oportuna intervención del presidente Arévalo y, no cabe duda, la credibilidad de su perfil de honestidad, nuestros atletas hubieran participado como Atletas Neutrales Independientes, junto a otros países considerados mundialmente como parias. En lugar del orgullo, la vergüenza y la cólera nos invadiría.
Confieso que me quedé conmovido frente a la pantalla cuando esa bandera subía por el asta olímpica en París. Pensé en muchas cosas a la vez: admiré a los atletas representados por Adriana, queriendo abrazar el televisor. Pero pensé también en el remordimiento por sentir patriotismo de algunos conscientes de nuestra realidad y cómo su conciencia les impide disfrutar momentos bellos como ese. Y también en el remordimiento de quienes se escandalizaron por la provocación religiosa en la ceremonia de apertura, y cómo se tendrían que tragar su llamado a “boicotear los juegos”. A veces la euforia nos hace no pensar. Y me quedó el pensamiento de que lo que vivimos es un hito en nuestro país sobre el que se ha de construir. El presidente ha sido modesto en no buscar protagonizar con un logro que bien podría atribuirse. Pero a los ciudadanos nos toca ponernos detrás de los movimientos que nos alejan de la mala historia, y que nos abren la puerta a futuros mejores. En él, hoy, cada niño deportista podrá decirse a sí mismo: si una compatriota lo logró, ¿por qué no yo?