Meses antes del diagnóstico, Paiz Klanterud se entrenó para correr el Maratón de Disney, que se efectuó en enero del 2010. Su objetivo era terminar el trayecto en cuatro horas, pero durante la carrera le dieron muchos dolores y calambres. Al terminar, el cronómetro marcó seis horas, nueve minutos y 36 segundos, muy por debajo de su objetivo.
Por eso decidió acudir a una revisión médica al Hospital Metodista, en Houston, Texas. Un examen hematológico dio los primeros indicios de un problema renal. Al poco tiempo los médicos le confirmaron la mala noticia. “Si no se le practica un trasplante, muere en menos de un año”, le indicaron.
Aquella frase resonaba en su mente; fueron las palabras que marcaron un antes y un después en su vida.
Pero aún guardaba una esperanza. Pidió una segunda opinión en el Centro Médico Tulane, en Nueva Orleans, Luisiana. El diagnóstico no cambió: necesitaba un trasplante de emergencia, así que lo ingresaron en la lista de espera y regresó a Guatemala.
“Pensé en suicidarme”
Paiz Klanterud se sentía cuesta abajo. Solo. Triste. Desesperado. Renunció a su trabajo y a su familia. La depresión lo estaba haciendo añicos. “Pensé en suicidarme”, confiesa. Antes de hacerlo, sin embargo, avisó de su intención. “En psicología eso se cataloga como un llamado de auxilio”, dice.
Tras esa experiencia ingresó en una clínica psiquiátrica, donde se recuperó varias semanas después.
Finalmente, el 3 de agosto del 2011, recibió una llamada del Tulane. Tenían un riñón que parecía compatible con su organismo. De inmediato viajó a Estados Unidos.
Al llegar le practicaron dos hemodiálisis. “¡Malditas agujas!, exclama. “Aún tengo las marcas de aquellos pinchazos”, afirma.
A las 4 horas del siguiente día le notificaron que, en efecto, aquel riñón era para él. El proceso quirúrgico fue un éxito.
Hoy, dos años y siete meses después, Paiz Klanterud indica que vive la vida al máximo. “Aprovecho esta nueva oportunidad”, comparte.
Como reto personal decidió escalar volcanes y montañas. Pronto le surgió un motivante objetivo: romper el récord mundial de alpinismo para una persona con trasplante renal, el cual ostenta el canadiense Dave Smith, presidente de la Fundación de Trasplantes Renales de su país, quien, en el 2004, alcanzó los seis mil 542 metros del Nevado Sajama, Bolivia.
Luego le vino otra idea: fundar una organización de ayuda para las personas que tienen o están en riesgo de padecer problemas en los riñones. El proyecto se llama “Escalando por la salud renal”, el cual aún no está constituido, pero que de momento trabaja con las reconocidas fundaciones Donaré y Fundanier (Fundación para el Niño Enfermo Renal). “El objetivo es crear conciencia de la importancia de donar órganos, así como de brindar becas médicas a niños con problemas renales”, refiere vía Skype —al momento de esta entrevista se encontraba en Quito, Ecuador, para escalar los volcanes Chimborazo, Cotopaxi y Cayambe; el menor de ellos tiene cinco mil 790 metros de altura—.
¿Cómo surgió la idea de su proyecto?
Fue a finales de julio del 2012, cuando estaba por cumplir un año de mi trasplante. Con unos amigos decidimos subir el volcán Acatenango. El recorrido normalmente se hace en unas cuatro horas. No llegué hasta la cumbre, pero casi lo logro. Hice ocho horas, pues por cada 10 pasos los latidos de mi corazón subían a 190.
Pero en esa ocasión me vino la idea de subir cada vez más y de entrenarme mejor. Mi objetivo ahora es batir el récord de escalada para alguien con trasplante renal —seis mil 542 metros—.
¿Por qué escalar?
—Silencio—. Un día le preguntaron eso a Edmund Hillary, el primero en llegar a la cima del monte Éverest. “¿Por qué subirlo?” Hillary respondió: “Porque está ahí”.
Si usted me pregunta por qué un trasplantado de riñón sube montañas y se pone en mayor riesgo que otra persona, mi respuesta es porque procuro demostrarle a la gente que estoy bien y que pese a tener una deficiencia, por decirlo de una manera, logro lo que me propongo —su voz se quiebra—. La alpinista guatemalteca Bárbara Padilla, en su segundo intento, subió el Aconcagua —un coloso de seis mil 962 metros situado en Mendoza, Argentina—, por lo cual me alegro mucho. Quizás a mí me lleve tres o cuatro intentos, pero de que lo logro, lo logro.
¿De dónde saca fuerza mental y física para hacerlo? ¿Qué lo motiva?
Nosotros los trasplantados hemos visto la muerte muy, muy cerca y le hemos dicho: “Hoy no”. Eso nos permite luchar aún más duro; eso deberían hacerlo todos.
¿Se puede llevar una vida normal después de un trasplante de riñón?
Totalmente. En mi caso tomo unas 10 pastillas por la mañana y otra decena por la noche. Creo que algunas no son necesarias —ríe— porque hago mucho ejercicio. Pero sí, se puede vivir bien.
¿Se considera afortunado?
Así es. Por eso quiero ayudar a quienes pasan por este problema.
¿Cree que el Congreso debería emitir una ley para la donación de órganos?
Por supuesto. Como dice el eslogan de Donaré: Donar órganos es dar vida después de la vida. Los guatemaltecos deben tomar conciencia de la importancia de esta práctica.
¿Qué mensaje les envía a aquellas personas que padecen enfermedad renal?
Que hay mucho qué demostrarle al mundo. Esas agujas —de hemodiálisis— son muy dolorosas, lo sé, pero hay que tomar fuerza y decir: “Hoy voy a luchar por mi vida”.
¿Cómo deben llevar la situación aquellos que pasan penurias económicas y que necesitan ese tratamiento médico?
Deben contactar con organizaciones como Donaré o Fundanier.
¿Cómo se puede ayudar?
Instituciones privadas o personas individuales pueden donar equipo médico o hacer contribuciones monetarias a través de las fundaciones que he mencionado. En mi caso, trato de negociar con farmacéuticas para que donen medicamentos, pues son bastante caros.
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Exploraciones
El guatemalteco Alejandro Paiz Klanterud, quien recibió un trasplante de riñón en agosto del 2011, tiene como objetivo batir el récord de altura de alpinismo para personas con la misma condición. Estos son los volcanes y montañas que ha escalado hasta ahora.