No calificaremos las estrellas de los hotelillos que le tiran piropos al pasar; tampoco criticaremos las pequeñas cantinas en donde los octavos de “guaro” se anuncian en bikini.
El primer golpe de pestilencia se produce en el mingitorio público instalado justo a un costado del templo El Calvario. Sería gracioso grabar un reality de humor negro con las expresiones de personas paradas durante 10 segundos en ese punto, si resistieran. Hasta parece una broma de mal gusto o un desafío de las tinieblas. Perdónalos, Padre.
Se llega a la 18 calle, en donde almacenes acreditados desde hace décadas compiten con los vendedores informales que preguntan qué va a llevar.
Persianas cerradas, casas derruidas con un ojo entreabierto, una relojería que se ha detenido en el tiempo, bardas oxidadas, niños, adultos y abuelos de la calle duermen en la acera. La Mezquita, el restaurante legendario, sobrevive como un guerrero solitario que acaba de almorzar un medio lomito con papas; voltea a ver a las oficinas de trámites, pero no ve más que un Palacio donde a partir de las, el tránsito feroz reina.