Pluma invitada
Le debemos una disculpa a Shannen Doherty
Tal vez a las mujeres difíciles como Doherty es a quienes deberíamos haber estado escuchando todo este tiempo.
Shannen Doherty era una persona difícil. Si estabas vivo y gozabas de tus cinco sentidos en la década de 1990 —si, como yo, eras fan acérrimo de “Beverly Hills, ¡90210” y el canal E! o si solo eras el lector más casual de la revista People—, sabías que esto era cierto: el cielo es azul. La Tierra es redonda. Shannen Doherty, la estrella de múltiples películas y series de televisión de éxito es difícil. Según los tabloides, era una diva volátil e ingobernable, y esa reputación se vio reforzada por los papeles de prima donna en los que actuaba tan a menudo y tan brillantemente.
Doherty falleció el sábado pasado, a los 53 años, del cáncer que le diagnosticaron en 2015. Desde que se dio a conocer la noticia, el tenor de la conversación en torno a ella ha cambiado. En lugar de ser una niña alocada, a Doherty la están elogiando por la sensibilidad y franqueza con la que habló de su diagnóstico de cáncer y su tiempo bajo los reflectores. ¿Y las historias sensacionalistas de los 90? Están impactando de otra manera. El regocijo con el que antes se consumían esos chismes ya no parece apropiado. Doherty cometió muchos errores, pero la chica mala por excelencia de la generación X ya no parece tan mala.
Si esta reevaluación te resulta familiar, es porque con su muerte, Doherty se ha unido a las crecientes filas de celebridades mujeres cuyos escándalos y legados se están reconsiderando en una cultura recientemente sensibilizada.
En 2002, cuando Britney Spears puso fin a su relación con Justin Timberlake, se convirtió en un desastre, una broma de mal gusto, un problema. Con el tiempo, su carrera y su dinero quedaron bajo el control de su padre. En 2008, Katherine Heigl pasó de reina de la comedia romántica al purgatorio de Hollywood por los pecados de sacarse a sí misma de la contienda por una nominación a los Emmy y tener la temeridad de decir que “Ligeramente embarazada” era una película “un poco sexista”. En 2009, Megan Fox fue vapuleada —y despedida— por reprocharle a Michael Bay, su director en “Transformers”, su deseo de “crearse esa infame y loca reputación de desquiciado”. (Bueno, sí, es cierto que también lo comparó con Hitler, lo cual siempre es una mala idea).
Hoy en día, muchas de las antiguas protagonistas de la prensa sensacionalista no parecen chistes ni cuentos con moraleja, sino jóvenes normales que disfrutan de los placeres de la fama. Algunas incluso parecen modelos a seguir. Britney se convirtió en una heroína, no en una villana y ahora es su ex el blanco de las burlas de los cómicos. Después del movimiento #MeToo, Heigl y Fox parecen contadoras de la verdad, no mujeres ingratas. Lamentablemente, Doherty no vivió lo suficiente para disfrutar de su reputación restaurada.
Doherty, antigua actriz infantil, apenas tenía 19 años cuando obtuvo un papel protagónico en “Beverly Hills, 90210”. Interpretó a Brenda Walsh, la mitad de una pareja de gemelos del Medio Oeste que recorrían los pasillos de la preparatoria West Beverly. Abandonó la serie después de cuatro temporadas, al parecer tras pelearse con sus compañeras de reparto, entre ellas Jennie Garth y la hija del jefe, Tori Spelling. Cuando Aaron Spelling la contrató de nuevo y le dio tres temporadas en “Hechiceras”, las tensiones con una coprotagonista hicieron que la despidieran por segunda vez. La separaron de los demás actores como si fuera un niño pequeño irracional en lugar de una empleada calificada y valiosa.
Esos papeles de alto nivel, junto con su talento y su belleza, la convirtieron en una estrella. Pero las conversaciones sobre ella a menudo hacían parecer que su trabajo verdadero era ser carnaza para la prensa sensacionalista y blanco de los humoristas nocturnos.
Sin duda, Doherty les dio mucho material con el que trabajar. Hubo rencillas y peleas de bar, un par de matrimonios breves y un arresto por conducir ebria. Los productores se quejaban de que llegaba tarde al plató, acaparaba la atención, no se presentó a los premios Emmy, y un exprometido solicitó una orden de protección en su contra.
Doherty fue vituperada por este comportamiento de una forma que no se hizo con los actores masculinos indecorosos, al menos en aquella época. Una portada de la revista People la tachó de “chica mala, fiestera y sin fondos”. Un fanzine llamado “Ben Is Dead” publicó un boletín informativo titulado “Odio a Brenda”, que incluía la “Línea de soplones de Shannen”, donde los informantes podían denunciar malos comportamientos no difundidos.
La culpa es del deseo de encasillar a las mujeres famosas como heroínas y villanas, novias y mustias, y de la vieja tradición de enfrentar a las mujeres entre sí.
En un artículo de portada de 1992, People preguntó a “la chica de 21 años más descarada de la televisión” por qué a ella, “la única entre las coprotagonistas de 90210 y los ídolos adolescentes”, le pusieron la etiqueta de “difícil”. ¿Es “una de esas mujeres que riman con guerra? ¿Es, como la prensa sensacionalista ha informado con regocijo, imposible en el plató? ¿Es una prima donna? ¿Se va demasiado de juerga?”.
Años después, Doherty reconoció algo de su mal comportamiento. “Tengo una reputación”, le dijo a Parade en 2010. “¿Me lo he ganado? Sí, me lo gané. Pero, después de un tiempo, intentas deshacerte de esa reputación porque eres una persona diferente”.
¿Qué motivó el escándalo? Culpemos a su juventud. “90210” dio origen a toda una generación de series con elencos de adolescentes. Doherty no fue la única que necesitó tiempo para crecer en su enorme fama. “Estábamos encerrados en ese plató de catorce a dieciséis horas todos los días”, Garth, que también era solo una adolescente, comentó años después: “Hubo momentos en los que nos amábamos y otros en los que queríamos arrancarnos los ojos”.
La culpa es del deseo de encasillar a las mujeres famosas como heroínas y villanas, novias y mustias, y de la vieja tradición de enfrentar a las mujeres entre sí.
O, si lo prefieres, del simple sexismo. Doherty dijo que la primera vez que la llamaron perra fue cuando le llamó la atención a un miembro masculino del reparto en el plató de “Brezos” por aprovecharse de una extra. “Soy una mujer fuerte”, dijo Doherty a People. “Todavía hay gente por ahí que no puede lidiar con eso”.
En la actualidad, quizá haya más gente preparada para afrontarlo, más propensa a mirar con recelo a los hombres que se portan mal en lugar de a las mujeres que les llaman la atención. En lugar del tímido “¿rimas con guerra?” de People de principios de los 90, un tributo de la revista Rolling Stone lleva el título “Nadie pudo doblegar a Shannen Doherty, y todos lo intentaron”. “Shannen Doherty era irresistible, infravalorada y permanentemente encadenada a la especulación misógina”, escribió Adam White en The Independent. El titular de un artículo de opinión en Vogue decía, simplemente: “Somos del equipo de Brenda para siempre”.
La revaloración es algo más que un deseo (sincero o no) de no hablar mal de los muertos. Es el resultado de unas décadas duras que nos han enseñado cómo es el verdadero mal comportamiento en Hollywood: no ingenuas maleducadas, sino Harvey Weinstein. O Bill Cosby. O Danny Masterson.
Puede que Lindsay Lohan, Paris Hilton y Tara Reid no fueran desastres, sino solo chicas, del mismo modo que siempre hemos permitido a los chicos ser chicos. Y al menos sus fechorías en gran medida no tuvieron víctimas, a diferencia de los pasos en falso de tantos homólogos o superiores masculinos.
Tal vez llegar tarde al plató, aunque no sea lo ideal, no es algo totalmente inesperado en una adolescente que se está adaptando a una riqueza y una fama repentinas e inimaginables. Quizá las perras y las chicas malas estaban dando voz a verdades incómodas sobre los hombres con poder y los guiones sexistas que aprobaban, los platós de rodaje abusivos que dirigían y el mal comportamiento que consentían o ignoraban. Tal vez a las mujeres difíciles como Doherty es a quienes deberíamos haber estado escuchando todo este tiempo.