Editorial

Una perversa escuela de mediocridades

El actual invierno ya deja 102 edificios escolares con daños.

¿Cómo se puede evaluar la visión prospectiva que tiene un país o su ausencia? Observar el estado de sus establecimientos escolares es un indicador inequívoco. Y en Guatemala,  lamentablemente, lo que se denota es toda una secuencia de mediocridad, descuido e improvisación negligente en la construcción y mantenimiento de planteles educativos. El problema no es nuevo, pero ha llegado a un punto en el cual es intolerable, y con ello, impostergable su atención.

  Reparaciones  chambonas, parches para cubrir las apariencias, regateos en la calidad de planificación, ejecución y materiales son algunos de los eslabones de esta cadena que ata, con un marro de indignidad y subdesarrollo, a la niñez y juventud. Las inteligencias que labrarán el futuro y constituirán la fuerza productiva del país deben soportar condiciones precarias durante las jornadas de  aprendizaje, y como las autoridades poca importancia le prestan al asunto, se conforman con contratar a cualquier empresa allegada, quizá sin licitación ni planes de trabajo claros, que ejecuta auténticas chapuzas.

 Un caso claro y lamentable de esta miopía burocrática es el edificio escolar de la aldea Lo de Diéguez, en Fraijanes, que presta servicio a más de mil estudiantes  de tres establecimientos que funcionan allí, pero debido a las graves filtraciones de agua debidas a las copiosas lluvias, las vacaciones de medio año debieron adelantarse para reparar de nuevo la terraza. Peor aún, maestros temen que la estructura colapse y cause una tragedia. Una empresa contratista efectúa labores de impermeabilización, dado el fracaso del tratamiento previo. Pero lo grave es que los problemas vienen desde 2022 y se han gastado más de Q3 millones. ¡Habría salido más barato fundir una nueva terraza con todo y columnas reforzadas!

 El actual invierno ya deja 102 edificios escolares con daños, de los cuales al menos la tercera parte son irreparables. De hecho, hay ciertas escuelas rurales que son solo galeras de tablas, con mobiliario viejo y sin ningún atractivo didáctico. No deben ser reparadas, sino construidas desde cero, con un diseño acorde al clima, los suelos y las necesidades  de los estudiantes. Esto implica trazar un nuevo paradigma, no para publicidad oficialista ni para ofrecimientos biensonantes, sino para comenzar la transformación, escuela por escuela, de manera efectiva, empezando por  las regiones más abandonadas.

En el anterior gobierno se falsificó el concepto de modernización de inmuebles escolares. Con bombos y platillos se “inauguraron” trabajos de las denominadas Escuelas Bicentenario. Hasta parece que las llamaron así por el largo tiempo que ha llevado concluirlas. Solo dos de las 13 proyectadas fueron culminadas y ni esas quedaron bien, pero se pagó casi el 90% del costo. A la fecha no existe ninguna pesquisa del Ministerio Público para deducir responsabilidades.

Sin embargo, incumplimientos previos tampoco son una excusa o un pretexto para que las actuales autoridades no emprendan un plan serio de reconstrucción de escuelas. No hace falta que sean miles en un año, con unas cuantas decenas bastan, pero bien terminadas, con arquitectura visionaria, capacidad de crecimiento modular y equipadas con tecnología, conectividad y, de ser posible, energía sostenible.  Muchos padres de familia quieren aportar voluntariamente a la mejora de planteles, pero una ingrata gratuidad malentendida, inventada por la vieja política, impide tal colaboración. Para los padres, la mayor prioridad es una educación de calidad para sus hijos; para el Estado debería serlo también.

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