IMAGEN ES PERCEPCIÓN
¿Sabe cómo se construye la imagen política?
La imagen política no está necesariamente relacionada con una cuestión de estética, pero sí con el proceso que permite a un candidato proyectarse como un posible servidor público, lo que la hace versátil y cambiante. La imagen en la política es un elemento esencial que se utiliza como una herramienta para acceder al poder, debe seducir y persuadir a los votantes. Por su impacto, debería ser utilizada estratégicamente para cautivar y lograr influir en los seguidores.
Se esperaría que un candidato reuniera una serie de atributos y cualidades; aspectos como la personalidad, el discurso y el lenguaje no verbal causan un gran impacto. Pero más allá de lo que puede percibirse a simple vista, —en un país como Guatemala y en este momento coyuntural—, los valores que la sociedad debe percibir en un político como parte de su imagen están relacionados, en primer lugar, con la confianza y la credibilidad.
' La imagen pública de un político debe ser congruente entre el discurso y las acciones.
Brenda Sanchinelli
En estas elecciones la atención mediática y de los potenciales votantes se centrarán en el prestigio y la reputación. Aspectos como la verdad, honestidad y la integridad podrían marcar la diferencia en la toma de decisiones al momento del sufragio, debido al deterioro que han sufrido las instituciones políticas, llevando a los ciudadanos a un total escepticismo, por la falta de credibilidad y confianza que generan los políticos.
Ya han surgido la mayoría de los nombres y rostros de los binomios que se perfilan como candidatos a la Presidencia y Vicepresidencia de Guatemala. Es realmente aterrador ver quiénes son los aspirantes, algunos de ellos personas que han tenido señalamientos de corrupción en otros o este Gobierno, vínculos con narcotráfico o algún otro tipo de sombra en su vida. Sin embargo, descaradamente están dispuestos a participar en este importante evento, aun sin llenar los requisitos mínimos en cuanto a preparación, valores y trayectoria.
Es evidente que los políticos chapines piensan que cualquiera está capacitado para ser presidente, según ellos para construir su imagen pública y gobernar un país, basta con tener el dinero o el respaldo de grupos oscuros, un discursillo cantinflesco, falsas promesas y además tener la cara muy dura para aguantar las críticas, insultos y ataques en las redes sociales durante la campaña.
En nuestro caso, la expectativa electoral es muy pobre, conformista y derrotista, reina la ignorancia o el acarreo de personas que emitirán el voto a cambio de una lámina o un almuerzo. El sentir general de la población más o menos pensante, es que existen demasiados candidatos, pero ni uno solo de ellos reúne las cualidades para llegar a ser una opción aceptable. Una vez más, volvemos a caer en el mismo escenario, “tener que escoger al menos malo”, y ahora más que nunca, está comprobado que esta fórmula no funciona.
En nuestro país, la tendencia había sido elegir a un candidato que ya había participado en elecciones pasadas, optando por lo viejo malo conocido, que lo nuevo por conocer. Aunque la excepción a la regla fueron las elecciones del 2015, cuando ganó el outsider Jimmy Morales, por ser el antivoto para Sandra Torres, decisión que le costó muy caro al país.
Finalmente, ni una ni otra es la fórmula mágica, la estrategia para tener resultados positivos es que la presión del electorado cambie y exija tener buenos candidatos. Entonces, los aspirantes tendrían que redefinir su propia esencia y volver a los valores tradicionales dentro de la ética personal y política. Definirse como una marca de prestigio y calidad, ofrecer una propuesta de manera sencilla y entendible. Con promesas realizables y medibles. Con malos candidatos, tendremos un mal presidente y entonces sí que el país se hundirá definitivamente.