Editorial
Dignidad magisterial se debe recuperar
Editorial
La marcada caída de estudiantes de magisterio denota el pésimo abordaje gubernamental, sobre todo desde 2012, del proceso de transformación educativa. Fue un acierto impulsar la creación de una carrera universitaria para completar el perfil de profesores de primaria. La formación a nivel diversificado era insuficiente para cubrir la gama de aptitudes, habilidades y conocimientos psicoeducativos necesarios para propiciar un cultivo fructífero de inteligencias infantiles. Y si así era hace una década, hoy se comprueba tal requerimiento formativo.
Sin embargo, se debe reconocer que la desaparecida carrera de Magisterio brindaba oportunidades laborales para muchos jóvenes, una motivación que llenaba las aulas de institutos estatales, aunque no necesariamente por ideales pedagógicos. La matriculación para el actual Bachillerato de Magisterio se reduce cada vez más y en varios planteles, públicos y privados, se deja de impartir 4o. grado por falta de alumnos. Es un declive revelador que debe ser atendido, pero ello necesita un abordaje integral que comienza por la propia apertura de oportunidades laborales para los egresados universitarios de la carrera.
En efecto, una de las realidades más lesivas para la educación han sido las contrataciones de maestros —egresados de diversificado y obviamente desempleados— por recomendación de diputados, alcaldes e incluso gobernadores, ya sea como promesa electorera o incluso como negocio de venta de plazas, un trasiego de influencias que a veces abarca a ciertos directores departamentales. No está de más mencionar las presiones del sindicato magisterial para dar plazas a allegados, pese a existir aspirantes con el técnico universitario de magisterio de primaria que no tienen padrinos venales.
Esta dignidad debe reflejarse en programas de becas a la formación profesional e inclusión preferente en plazas. Solo eso asegurará el relevo de generaciones y paradigmas de enseñanza-aprendizaje.
Esta misma estructura de presiones, conveniencias y favores es la que sostiene, aún, el poder despótico del caudillo magisterial Joviel Acevedo, sin relevo en tal dirigencia desde hace dos décadas, lo cual ya es sintomático. Su reciente insistencia prepotente de volver a negociar un pacto colectivo sindical en secreto para obtener beneficios sin condiciones ni evaluación pública de resultados exhibe sus prioridades. La negativa del actual Ministerio de Educación desató una respuesta hepática e incluso denuncias de supuestas amenazas. Resulta llamativa la falta de denuncias de los tráficos de influencias o incluso pagos por plazas para nombramientos en gobiernos anteriores. En realidad denotan su aversión a la publicidad de procesos, a la democratización interna, a la crítica y la rendición de cuentas. Les ofenden las disidencias y le temen a los liderazgos emergentes. Los propios maestros tienen pendiente la tarea de corregir esto.
De vuelta a la crisis de vocaciones magisteriales, es urgente la dignificación del papel del maestro como facilitador de saberes, cultor de talentos, motivador de cohesión comunitaria y procurador de mejoras de servicios, infraestructura y calidad escolar. Esta dignidad debe reflejarse en programas de becas a la formación profesional e inclusión preferente en plazas. Solo eso asegurará el relevo de generaciones y paradigmas de enseñanza-aprendizaje.
El magisterio es una misión sagrada, y de ello dan excelente testimonio muchísimos docentes que se desplazan hasta escuelas remotas, que cubren varios grados y crean nuevas metodologías de enseñanza mediante recursos artesanales o digitales. Eso merece una remuneración digna, recursos didácticos y escalafón de méritos, establecidos en una negociación transparente, no a oscuras.