Rincón de Petul
Autoridades: fíjense en Joselito
Quedo perplejo del planteamiento tan absolutamente sesgado.
De la misma aldea del Chico Zapatos, de quien escribí una columna hace unos meses (Los zapatos del Chico), salió Joselito hacia Richmond, Virginia, otro de sus grandes amigos. Yo me enteré de que Joselito —a quien conozco de antes, porque me apoyó en unas tareas necesarias en la ciudad de Guatemala— ya vivía en Richmond, por pura casualidad. Visité por trabajo esa ciudad el mes antepasado y publiqué una foto en mis redes sociales. Un tercer amigo de Santa Rita, San Marcos, de donde también son ellos dos, vio la fotografía y me la comentó: “¿Cómo no le habló a Joselito, lic? ¡Él ya está en Richmond! Yo sí me había enterado desde antes de que él viajó exitosamente al norte en octubre pasado, pero no tenía idea de dónde estaba. Otra cosa que no sabía es que no se fue solo él. Más bien, en un período de seis meses, viajaron también su esposa y sus dos hijas menores, en viajes separados. Ahora, esa familia entera goza una nueva vida en Virginia.
Una tercera cosa que no sabía es de lo que luego me entere, pero que no me sorprendió. En absoluto. Hablé con Joselito por teléfono para compartir sobre lo sorprendente de que, en tal país tan grande, habíamos estado en el mismo barrio, prácticamente, sin haberlo sabido. Y él ahí fue que me contó lo que, considero, demasiada gente en Guatemala, que habla con propiedad sobre el fenómeno migratorio, no quiere ver. O posiblemente, aceptar. “¿Cómo así, Joselito, se llevó a toda la familia de un solo?” Yo, pensando en los US$12 mil que dicen es un promedio por el coyotazo, solo hacía cuentas en la cabeza de cuánto le había salido a este que, como tanto guatemalteco, se endeuda para el viaje. “No tenga pena”, me dijo, anticipando mi preocupación. “Ya casi salimos del problema”, significando que los US$40 mil eran un problema superable con unos pocos meses de arduo y sacrificado trabajo de la pareja.
Preocupa que no den espacio a perspectivas diferentes, que les permitan ver más lo que hace la gente, y a juzgar menos desde la posición de la superioridad.
La historia de Joselito, en la experiencia que hemos podido recabar, es la misma que la que miles de guatemaltecos experimentan. Se endeudan, garantizan esa deuda con una propiedad familiar ancestral, llegan; trabajan, se esfuerzan, pagan la deuda pronto, y luego siguen una vida más estable económicamente que lo que en muchas generaciones nadie de sus pares logró hacer. Hay algunos —seguramente muchos— casos, por supuesto, donde esa apuesta de vida no funciona y terminan arruinando aún más su proyecto económico. Por una u otra razón. Pero la tendencia marcada y que creo que constituye la gran regla general es que esa es la apuesta más segura para el brinco a la estabilidad, y luego la prosperidad, a la que tienen acceso estas pobres familias, herederas centenarias de un sistema de exclusión que los ha condenado a siglos de enormes limitaciones. Esto no pretende, de ninguna manera ser una apología de la migración irregular. Pero sí una comprensión honesta de lo que pasa frente a nuestros ojos.
En esta última semana tuve la preocupada experiencia de escuchar dos foros donde se aborda la migración por parte de sectores influyentes en nuestro nuevo intento de país. Y quedo perplejo del planteamiento tan absolutamente sesgado, desde una perspectiva ajena, que se niega a reconocer lo principal del problema migratorio: que este, colectivamente, tiende a funcionar para los involucrados. Por eso su enorme crecimiento. Pero en Guatemala ha dominado una tendencia a establecer ideas (posiblemente ideologizadas) que impiden abordar el problema. Lo preocupante ahora es que esas vertientes monopolicen el oído de las autoridades. A estas posiciones les falta roce y calle. Uno escucha que ahora este gobierno abre puerta a quienes asesoran desde esta tendencia que nadie cuestiona en los foros. Preocupa que no den espacio a perspectivas diferentes, que les permitan ver más lo que hace la gente, y a juzgar menos desde la posición de la superioridad.