Con otra mirada
Irma Lorenzana de Luján
La temática de la crítica de arte, especialización que desarrolló a su regreso a Guatemala.
Supe de Irma Lorenzana de Luján durante mi etapa formativa en la Facultad de Arquitectura (1968-1973) como pintora, estudiosa de las artes plásticas y crítica de arte, por medio de Luis Luján Muñoz, su esposo, a la sazón catedrático de Historia. Luis ilustraba sus conocimientos con publicaciones regulares, en las que dejaba sentir su vasto conocimiento, bagaje cultural y amistad con el ingeniero Amérigo Giracca, quien por entonces expresaba claramente su inquietud por hacer arquitectura con raíces guatemaltecas. Un ejemplo de eso es la casa de la familia Luján-Lorenzana, en Santa Elisa, contigua a la Ciudad Universitaria; una clara integración de arquitectura moderna, materiales, elementos y gusto espacial de la arquitectura colonial y el techo precolombino de palma para el garaje. Valioso aporte a la arquitectura nacional. Aporte enriquecido por la amplia colección de arte precolombino, colonial y moderno que llegaron a tener, la gran biblioteca, antigüedades y delicadas artesanías que hicieron de aquella casa una deliciosa mezcla de museo, cuna de intelectualidad y hogar, junto a sus hijos Luis y Álvaro.
Terminábamos riendo ante la inutilidad de la crítica y de nosotros mismos por nuestra proverbial ingenuidad.
En la década de 1960, apenas graduada del bachillerato en el Liceo Francés, Irma viajó a Francia e ingresó a la Escuela Superior de Arte de París, donde estudió Historia del Arte. La destacada escultora húngara Magda Frank la introdujo en la temática de la crítica de arte, especialización que desarrolló a su regreso a Guatemala, mediante su columna Plástica, en Prensa Libre, desde la que contribuyó al desarrollo de las artes visuales.
Años más tarde, en la dinámica de la conservación del patrimonio cultural de la Nación, coincidimos en actividades académicas donde hablábamos de tantos otros temas en común. Temas recurrentes fueron el centro histórico de la ciudad de Guatemala y otras áreas de conservación, como el Cerrito del Carmen, la Estación Central del Ferrocarril, el Montículo la Culebra con el Acueducto de Pinula y, sobre todo, el Centro Cívico, con su enorme riqueza de arte, a escala urbana, representada por el muralismo, motivo que desarrolló como tema de tesis para graduarse de licenciada en Arte en la Facultad de Humanidades de la Universidad de San Carlos.
Después del fallecimiento de Luis, en 2005, los encuentros académicos y sociales dejaron de darse. Sin embargo, el vínculo siguió vigente con periódicas llamadas telefónicas, a cualquier hora del día; fueran para saber de nuestro mutuo estado de salud, para comentar algún hecho relevante en el mundo del arte y la conservación o para hablar sobre alguna obra pública de esas que atentan en contra de toda sensatez cultural, artística, urbana o arquitectónica, que derivaba en la programación de una subsiguiente visita presencial, para terminar de desarrollar la crítica iniciada.
Tratábamos de hacerlas pronto para que el tema siguiera vigente. De mi parte, me preparaba con la correspondiente caja de dulces tradicionales de La Antigua Guatemala que tanto le gustaban y que fueron, entre otros asuntos, tema de estudio por parte de Luis; de tal manera que no solo se trataba de degustar aquellos manjares, sino de saborear un poco la historia.
En esos encuentros terminábamos riendo ante la inutilidad de la crítica y de nosotros mismos por nuestra proverbial ingenuidad al pensar que podíamos cambiar en algo la caricatura que tenemos como país. Solía salir de su casa con copia de alguna fotografía, artículo o publicación, cuya lectura sin duda provocaría una siguiente llamada… llamada que ya no se dio y, desde luego, tampoco hubo una próxima vista.
Descanse en paz, querida Irma.