La buena noticia
Casa y escuela de comunión
La intimidad de Dios revelada por Jesucristo es un misterio de comunión en el amor total y perfecto.
Un relato antiguo recoge el apólogo de un filósofo cristiano —¿Agustín?— que paseaba por la orilla del mar. Agobiado intentaba comprender y explicar el misterio de Dios: ¿cómo es posible que el Dios de Jesucristo —como inequívocamente muestran los evangelios— sea uno y al mismo tiempo Padre, Hijo y Espíritu Santo? La narración prosigue describiendo el encuentro de nuestro estudioso con un desconocido niño. El infante juega en la playa intentando llevar el agua del océano hasta un pequeño agujero excavado en la arena. Llevado por la curiosidad, “Agustín” pregunta: “Niño, ¿qué haces?” “Estoy sacando toda el agua del mar y la voy a poner en este hoyo”. Y “Agustín” dice: “Pero, eso es imposible”. Y el niño responde: “Más imposible es tratar de hacer lo que tú estas haciendo: tratar de comprender en tu mente pequeña el gran misterio de Dios”.
La intimidad de Dios revelada por Jesucristo es un misterio de comunión en el amor total y perfecto.
Dios es el gran misterio que domina todo lo que existe y el devenir de la historia, la más alta potencia y el origen de todas las cosas. La revelación cristiana declara que un Dios puramente uno, no existe. El Dios cristiano está en aquel misterio que se expresa con la doctrina de la trinidad de las personas en la unidad de la naturaleza. No creemos solamente en Dios; creemos en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Un texto del siglo VII destinado a la celebración litúrgica lo expresa así: “Que con tu Hijo unigénito y el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor; no en la singularidad de una sola Persona, sino en la Trinidad de una sola sustancia (…) y al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna Divinidad, adoramos tres Personas distintas, de única naturaleza e iguales en dignidad”. Junto a la doctrina de la redención, esta enseñanza constituye la parte central y característica de la fe cristiana
La Iglesia católica enseña que “Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas”. (…) Sin embargo, “el hombre experimenta muchas dificultades para conocer a Dios con la sola luz de su razón. (…) Por esto el hombre necesita ser iluminado por la revelación de Dios”. La revelación de Dios alcanza en Cristo toda su plenitud: “Dios, que “habita una luz inaccesible” (1 Tm 6,16), quiere comunicar su propia vida divina a los hombres libremente creados por él, para hacer de ellos, en su Hijo único, hijos adoptivos (cf. Ef 1,4-5). Al revelarse a sí mismo, Dios quiere hacer a los hombres capaces de responderle, de conocerle y de amarle más allá de lo que ellos serían capaces por sus propias fuerzas”.
La intimidad de Dios revelada por Jesucristo es un misterio de comunión en el amor total y perfecto. Una profesión de fe muy antigua repite: “Creemos en un solo Dios, pero no en un dios solitario”. En ese horizonte divino de amor y de comunión se resuelve el misterio de la existencia humana. Creados a imagen del Dios trinitario, no somos atónitos espectadores de lo que Él ha revelado, sino participantes del esplendor inefable de su intimidad y testigos de ese amor.
La vida humana está marcada por tensiones y conflictos; en medio de ellos nos planteamos el desafío de crear lazos de comunión y hacer de la sociedad en que vivimos “casa y escuela de comunión”. El sentido de la vida es entrar en comunión con Dios haciendo de nuestra existencia un reflejo de su bondad a través del diálogo, la cultura del encuentro y la fraternidad. El fundamento de esta comunión no solo es fruto de nuestro esfuerzo a veces tan limitado, sino de la presencia del Dios Uno y Trino que actúa en los corazones.