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La violencia sexual no es normal
El delito más denunciado en nuestro país es el de la violencia sexual.
Vivir una sexualidad sana, responsable y acorde a nuestras etapas de desarrollo, es parte de una vida plena. Pero en países como Guatemala, muchas niñas y niños entran a esta experiencia demasiado temprano, por la vía de la violencia y el trauma.
La sociedad entera y las instituciones del Estado tienen una responsabilidad de cambiar.
El delito más denunciado en nuestro país es el de la violencia sexual, principalmente contra niñas y mujeres. Esto ha provocado, entre otras cosas, que en los últimos cinco años un promedio de 90 mil niñas y adolescentes entre los 10 y los 18 años hayan quedado embarazadas anualmente.
En pleno siglo XXI, seguimos siendo una sociedad de salvajes y bárbaros. Quienes sigan creyendo que esto es normal, tienen un serio problema. Quienes vemos a diario y muy de cerca casos como estos, sabemos que es una realidad que produce, además de indignación, complejos traumas que terminan afectando a toda la sociedad, generando un bucle que no se detiene. Tal barbarie, combinada con la doble moral y la miopía de ciertos grupos “ilustrados e iluminados” con poder de decisión sobre las vidas y los cuerpos de millones de niñas y niños, ha resultado en una sociedad tolerante, indiferente, negligente y permisiva ante la violencia sexual que se repite de generación en generación.
Que Mahoma, según las fuentes canónicas musulmanas, haya desposado a una niña de 6 años (Aisha) cuando él tenía 55, y haya consumado su matrimonio cuando ella tenía apenas 9, no justifica que 15 siglos después sigamos normalizando la violencia sexual, la trata de niñas, los matrimonios y maternidades forzadas en niñas y adolescentes, o la explotación sexual. Un orden patriarcal que se levanta sobre este tipo de violencias, inequidades e injusticias hay que cuestionarlo y cambiarlo. Porque aunque las paredes de lo “normal” pueden ser bastante elásticas según cada cultura, cuando una práctica atenta contra los derechos humanos esenciales de millones de niñas y mujeres, la “normalidad” deja de ser tal.
Si nuestras abuelas, madres, tías o hermanas vivieron de una manera que las afectó y no fue fácil para ellas (o quizás nunca lo hablaron), no significa que debamos seguir ese camino porque “nos toca”. Si desde los diversos púlpitos religiosos, académicos o políticos se justifica y esconde la violencia sexual practicada en los cuerpos de niñas, niños, adolescentes o mujeres, no quiere decir que sea la manera correcta de actuar. Hay que actuar para ir “desnormalizando” esta manera de hacer, ver y reaccionar ante hechos de violencia sexual, especialmente contra niñas, niños y adolescentes.
La sociedad entera y particularmente las instituciones del Estado tienen una responsabilidad de cambiar, poco a poco pero sin detenerse, este estado de cosas. La educación integral en sexualidad es fundamental. Por ello, celebro que, desde la Secretaría contra la Violencia, Explotación Sexual y Trata (SVET) se haya creado una Comisión Interinstitucional contra la Violencia Sexual (CIVS), “con el objetivo de impulsar una estrategia de coordinación y cooperación entre diversas entidades gubernamentales, entidades de cooperación nacional e internacional y la participación voluntaria de otras entidades públicas y privadas para prevenir y combatir la violencia sexual, con base en los principios básicos del respeto a la integridad, celeridad e interseccionalidad”. Sueño con que esas instancias tengan la plena participación de gobierno, cooperación y sociedad civil, con la misma capacidad de voto y decisión. Esas tareas nos competen a todos, y hasta que no nos veamos unidos para tomar decisiones y cambiar problemas estructurales como éste, seguiremos dejando que lo “normal” se imponga.