EDITORIAL

Semana de bendición

El descanso de unos es el sustento de otros, y ello entraña en sí una complementariedad inspiradora.

De muchas maneras, la Semana Santa guatemalteca es de bendición, comenzando por la piedad popular, cuya evolución a lo largo de cinco siglos, que fusiona elementos prehispánicos y tradiciones españoles, se ha convertido en un mosaico de expresiones que son ya patrimonio cultural de la humanidad. Ello no excluye la profundidad mística y litúrgica que les provee de sentido ético y evangelizador.

En efecto, las tradicionales manifestaciones de fe, en la capital y la provincia, especialmente durante los días del Triduo Pascual, avivan las plegarias por una Guatemala mejor: por el cese de la violencia —en calles y hogares—, por la conversión de quienes hacen daño, por los migrantes que se han marchado en busca de las oportunidades, por un mejor porvenir para la niñez y juventud. Esa misma reflexión constituye una invitación a la acción personal, constante, coherente y proactiva en favor del prójimo; léase, el vecino, el peatón, el limpiavidrios, compañeros de trabajo, cada cliente, cada empleado, cada ciudadano que acude a una dependencia del Estado…

Desde los ministros religiosos hasta los fieles —sobre todo aquellos que también son políticos y funcionarios públicos—, este tiempo es una invitación a dejar las posturas extremistas y las descalificaciones polarizantes que convierten al país en un interminable calvario de señalamientos, animadversiones y disputas que hacen ruido al verdadero tema de fondo, la búsqueda de una agenda nacional de desarrollo más equitativo. Es triste que ciertas figura públicas, bajo pretextos pietistas y supuestas agendas de valores, que entrañan una raigambre religiosa, obstruyan la sistematización de diálogos y la construcción de consensos. Ello delata su intransigencia, miopía y su desinterés por el bien común. Por su conversión y la de aquellos que medran o han medrado con el erario también se debe orar.

La bendición de la Semana Santa se extiende a cientos, miles de emprendedores, comercios, prestadores de servicios —turísticos, de transporte, alimentos, guías ecológicos—, artesanos, trabajadores y comunidades que perciben ingresos económicos gracias a la llegada de visitantes, nacionales y extranjeros, que acuden a balnearios, parajes, magnos cortejos procesionales o que visitan sus pueblos de origen para aprovechar el mayor asueto del año. El descanso de unos es el sustento de otros, y ello entraña en sí una complementariedad inspiradora.

Así también, los centros históricos de Guatemala, Quetzaltenango, Sacatepéquez y otras localidades, se ven expuestos al mundo a través de fotografías y videos de cortejos procesionales y actos de veneración pública que tienen como fondo el paisaje patrimonial cuya conservación a veces es relegada, pero que constituye un activo valioso e insustituible. Los días de la Semana Mayor contienen un prisma de vivencias religiosas, estéticas, ecológicas, artísticas y recreacionales que alimentan el alma y las convicciones de amor a Guatemala. Es un ciclo de bendiciones que necesita extenderse más allá en la actitud de caridad, alegría y servicio a los demás. Al fin y al cabo, lo que se conmemora en estas fechas es la proximidad de la Pascua cristiana. Pascua significa “paso”, y todos estamos de paso por este mundo.

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