EDITORIAL
Partidos buscan seguir en la mediocridad
La política, en su más justa y correcta definición es eso: servicio al ciudadano, al país.
Una clara muestra de la falta de seriedad, así como de oportunismo y labilidad del sistema politiquero guatemalteco se aprecia en sus cifras: para el recién pasado proceso electoral había 28 partidos inscritos y otros 30 comités proformación de agrupaciones en espera de ser autorizadas. Al cruzar nombres de secretarios generales y directivas salen a la luz antiguos correligionarios, personajes reciclados, exmandaderos convertidos en potentados después de su paso por algún ministerio y hasta falsos disidentes que siguen al servicio de sus anteriores caciques desde organizaciones políticas satélite.
Dichos armatostes electoreros carecen de ideología y postulados, no digamos de cuadros capacitados, pero, eso sí, les supera la codicia por llegar a manejar recursos públicos, prebendas institucionales o cuotas de poder, aunque solo sean sobras, que les alcanzan para el chantaje, las poses opositoras y, por supuesto, la colecta de recursos financieros provenientes de simpatizantes que no siempre son reportados porque no pueden justificar el origen lícito de los fondos con los que apuestan en la ruleta de oportunismos.
Por esa misma razón —o más bien sinrazón—, estas estructuras políticas llamadas a representar el mejor interés de los ciudadanos, a velar por el bien común y a enarbolar axiologías distintivas que sustentan su existencia, se resisten a fortalecer la Ley Electoral y de Partidos Políticos (Lepp), rehúyen establecer mejores exigencias de cuentadancia y evaden la democratización interna, porque eso significaría el fin de los caudillismos vacuos que han convertido el debate público en un circo de polarizaciones, en un tira y encoge de radicalismos y en un museo de rancios abolengos en pulso con advenedizos sin vocación de servicio.
La política, en su más justa y correcta definición es eso: servicio al ciudadano, al país, a la institucionalidad, a las futuras generaciones, a través de propuestas y acciones sistemáticas que conduzcan a una mejora en las condiciones de vida de todos los sectores nacionales, en especial los más desfavorecidos a causa de la pobreza, el desempleo, impacto climático, discriminación o exclusión.
Uno de los fenómenos más curiosos y observables en cada campaña es que si se toman las propuestas de la veintena de candidatos a cargos de elección, casi todos ofrecen lo mismo: mejoras en salud, educación, seguridad, inversión, empleo, economía y hasta honradez en el uso de recursos públicos, como si todo, sobre todo lo último, no fuera imperativo y obvio. Hasta lloran, se visten con indumentaria indígena, besan y abrazan a niños desconocidos y publican tiktoks humorísticos con lemas rimbombantes. Pero una vez pasa la campaña, ganen o pierdan, la brújula se desdibuja y también la memoria. Hasta la próxima.
Por esas duras lecciones de la historia es posible decir: Vamos a seguir teniendo los mismos resultados si se sigue con la misma laxa Lepp. La Comisión de Actualización y Modernización Electoral ya ha recibido cientos de propuestas de la sociedad civil, empresarios, migrantes y sector académico, que deberá procesar con pertinencia histórica. En este aluvión de iniciativas de mejora es atronador —y elocuente— el silencio de los partidos políticos. Se nota que no quieren rendir cuentas, que disfrutan de la mediocridad y prefieren la ley del mínimo esfuerzo para persistir en su demagogia. Este es el momento de la ciudadanía para exigir normas sólidas que depuren el sistema. Basta ver cómo partidos perdedores que no lograron ni el 5% de votos se resisten a ser cancelados, pese a que la ley lo ordena. Si no es ahora, cuándo.