Editorial
Percance vial agrava cotidiana dificultad
Esta vez se dañó un puente. No debería esperarse a que cueste más vidas.
A la ya de por sí crítica situación diaria del tránsito capitalino en Guatemala se suma una nueva complicación: el fuerte daño causado a uno de los puentes de acceso a la zona 1 desde el Anillo Periférico, por un tráiler descontrolado que destruyó al menos cuatro columnas. Ocasionar tal impacto, dañino a la estructura y que puede tener efectos adversos para miles de conductores y pobladores en las próximas semanas no es solo cuestión de un descuido momentáneo, sino del abuso de velocidad en ese tramo carretero.
En efecto, no son nuevas las denuncias de alta velocidad de ciertas unidades del transporte pesado durante la noche y la madrugada al cruzar la capital. Es como si a partir de cierta hora comenzara una especie de limbo de restricciones, quizá por la prisa de entregar una carga, cruzar antes del horario de restricción o terminar un turno agotador. Casi se pueden comprender las circunstancias, pero ello no exime de responsabilidad al conductor ni a la compañía, al menos respecto de los daños materiales ocasionados a una estructura literalmente estratégica.
Si bien el puente Adolfo Mijangos López pasa sobre el Anillo Periférico, los trabajos de reparación o sustitución requerirán de cierres totales o parciales en una vía por la cual transitan unos 65 mil vehículos a diario. A Dios gracias no hubo víctimas mortales, pero sí muchísimos terceros afectados, comenzando por los vecinos de las colonias cercanas y automovilistas que la utilizaban como ruta diaria para ir a sus actividades. Los daños son evidentes y comprometen la seguridad de la estructura. Por precaución, el paso por encima del puente estará limitado, lo cual podría implicar, de una forma o de otra, una carga adicional.
Un “accidente vial” se define como un suceso súbito que puede entrañar una confluencia de condiciones y acciones irresponsables potencialmente previsibles: estado de automotores, condiciones climáticas, señalización y la infraestructura, cuya ocurrencia ocasiona pérdidas humanas o materiales, o ambas, así como posibles secuelas o perjuicios a terceros. Nadie desea un accidente, ni el conductor ni la compañía para la cual trabaja, ni las autoridades ni los habitantes, pero siguen ocurriendo, y es allí donde las instituciones responsables, habitantes, empresas y conductores deben empezar a actuar con coherencia y drasticidad.
La industria del transporte pesado es vital para la economía y la competitividad, pero es tiempo de impulsar y reforzar protocolos de seguridad adecuados para la operación, contratación y supervisión de pilotos. Las autoridades de tránsito, municipales y de la PNC deben reforzar su presencia y monitoreo, al menos en las vías que cruzan la capital y cabeceras departamentales, para sancionar a quienes infrinjan límites de velocidad, cualquiera que sea el tipo de vehículo. Los conductores, a su vez, deben evitar crear condiciones de riesgo, ya sea por conducir bajo influencia del alcohol, con somnolencia, en vehículos sobrecargados o a excesiva velocidad.
Para reparar las consecuencias de este camionazo es necesario un esfuerzo conjunto de la municipalidad capitalina y el Ministerio de Comunicaciones, pero deberían pedir la participación activa del Colegio de Ingenieros, a fin de acelerar la evaluación y la atención. No está de más finalizar diciendo que este incidente comprueba una vez más la necesidad de construir el anillo regional interdepartamental y reforzar la educación vial. Esta vez se dañó un puente. No debería esperarse a que cueste más vidas.