RINCÓN DE PETUL
Pónganle nombre. Las cosas no se construyen solas
Estuve en Nashville, capital de Tennessee, unos días, en enero. Fortuitamente esquivé lo peor de una inusual helada. Los termómetros ya habían subido de su punto más bajo, que alcanzó 16 centígrados bajo cero unos días antes. Pero, aun, a 10 grados negativos sentía como si mis orejas fueran a caer petrificadas al suelo, que se mantenía lleno de la nieve blanca. Manejando, un día, cerca del centro pasé por el sitio donde se construía un complejo grande. Un rótulo con letras atractivas decía “Nashville crece”, al fondo de unos operarios que trabajaban a la intemperie. Con chalecos fluorescentes, la cuadrilla de hombres con rostros de apariencia maya manipulaba una torre piramidal de tubos, fríos y pesados.
“Nashville crece” se fijó en mi mente, mientras continué la marcha en el automóvil.
Emergió la escena a colación en una charla con el amigo Carlos, quien tiene años de operar un gran centro comercial para chapines en esa ciudad. “La mayoría de quienes están viniendo, vienen al área de la construcción”, me comentó. Y, sin inmutación alguna, continuó: “en construcción, en promedio, la hora la están pagando a veinticinco”. Cada hora es pagada a doscientos quetzales. Es decir, el sueldo mínimo guatemalteco se logra con menos de dos días de trabajo en la construcción de Nashville. Cierto, los gastos allá también son altos. La renta y los servicios también son inflados, respecto de lo que se gasta en Guatemala. Pero aun así el sobrante mensual es enorme. OIM, en su encuesta sobre remesas (2022), reporta que cada recibidor de remesas acude mensualmente a una caja a cobrar US$831 mensuales, en promedio. Ese monto fue excedente sobre el presupuesto mensual de quien lo envió. Prácticamente dos salarios mínimos de ahorro mensual que, evidentemente, son motivación suficiente para que un pueblo tome el arriesgado camino del éxodo irregular hacia el Norte.
' La migración ha sido imparable porque sirve a ambos países involucrados.
Pedro Pablo Solares
El año fiscal pasado continuó una ya prolongada tendencia donde los récords de flujos de migración irregular se han superado a sí mismos, sostenidamente, desde hace más de una década. Estos números son ya parte central de la guerra discursiva que predominará en la campaña electoral —seguramente— entre el presidente Biden y Donald Trump. Y no es para menos. En esos 12 meses, la Patrulla Fronteriza informó de 2.475 millones de capturas en su frontera sur con México. Y de estas, que incluyen todas las nacionalidades del mundo, 220 mil fueron solo guatemaltecos. Casi un 10% del total provienen desde nuestro pequeño país. Preocupante, alarmante, debiera ser entonces escuchar las incendiarias declaraciones de Trump, quien afirmó esta semana en un mitin que —los inmigrantes— “envenenan la sangre de nuestro país; es lo que han hecho; ellos envenenan”. Clara paráfrasis reminiscente de discursos de Hitler contra los judíos que intentó exterminar. Trump justifica su discurso insistiendo en que —con los inmigrantes— “la criminalidad y el terrorismo serán tremendos”.
De aquí a noviembre se anticipan 10 meses donde, así como en 2016, estará en juicio la percepción sobre los nuestros en aquel territorio. Tenemos un reto mayor que solo sumarnos al discurso —un tanto trillado— de que en nosotros radica la tarea de crear condiciones para que la gente no se vaya. La migración transnacional ha sido imparable porque funciona a ambos países involucrados. No solo a quienes no encuentran condiciones en casa, sino también a quienes no tienen manos suficientes para su creciente economía. En eso pensé cuando vi el rótulo aquel que decía “Nashville crece”. ¿Cómo así? ¿Crece solito, impersonal? La verdad es que las cosas no se construyen solas. ¿No es justo que estos humanos que cargan los tubos congelados reciban el debido reconocimiento a sus nobles esfuerzos?