LA BUENA NOTICIA

La vocación

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La palabra “vocación” se suele aplicar en el lenguaje común al trabajo que realiza una persona con dedicación, abnegación y competencia. Se suele aplicar a trabajos que requieren atención a otras personas como maestros, médicos, bomberos. Tiene vocación de maestro. Eso se dice del docente diligente, servicial, competente para realizar su trabajo de enseñar a sus alumnos. Por extensión, cuando alguien se ocupa en algo con dedicación y gusto se dice que tiene vocación para ese empeño, aunque no haya servicio directo a nadie. Así se puede decir de alguien que tiene vocación de músico o de pintor.

' Esta ha sido la forma de vida que ha hecho posible la tarea misionera de la Iglesia.

Mario Alberto Molina

Pero la palabra “vocación”, por su etimología, no significa eso. El sustantivo “vocación” viene del verbo latino vocare, que significa “llamar”. El término tiene su origen en el contexto bíblico y se refiere a la llamada que Dios o Jesucristo le hace a alguien para que preste un servicio, cumpla una misión. En el Antiguo Testamento, Dios llama a hombres para que sean profetas o sacerdotes. En el Nuevo Testamento, Jesucristo llama a los que serán sus apóstoles, convoca a discípulos. Esas personas reciben una vocación, una llamada.

A imitación de esas llamadas bíblicas, en el régimen cristiano se designa todavía hoy “vocación” a la inclinación que conduce a un joven, sea hombre o mujer, a dedicarse de manera especial al servicio de Dios en alguna de las diversas formas de vida consagrada que existen en la Iglesia. Y se aplica el nombre de “vocación” porque ese joven percibe esa inclinación, no como una iniciativa que surge de sus gustos o preferencias, sino como una llamada que le viene de Dios y que a veces implica una interrupción de los planes de vida que había diseñado por iniciativa y gusto propio.

Pero esta manera de plantearse la vida, que es solo posible para una persona creyente, merece atención, pues al contrario de los planteamientos profesionales comunes, que surgen a partir de los gustos e intereses personales, el planteamiento de vida de quien dice tener una vocación de Dios supone asumir la vida en referencia a Otro trascendente. En la Iglesia católica, esa llamada en referencia a Dios está mediada por instituciones bien inmanentes e históricas. La vocación a la vida consagrada, tanto masculina como femenina, es acogida, acompañada, comprobada y finalmente aprobada por las personas encargadas de los procesos formativos minuciosamente estipulados en los diversos institutos religiosos como son los franciscanos, jesuitas, hijas de la caridad o clarisas y otros semejantes. El discernimiento inicial determina con frecuencia si una persona ingresa al proceso porque sus planteamientos son verosímiles o es rechazada porque se evidencia que su planteamiento es ilusorio. Lo mismo ocurre en el proceso de acceso al seminario para llegar a ser sacerdote en una diócesis.

Pero concebir la propia vida como respuesta a Dios obliga no solo a mantener siempre vigente la relación con ese Dios al que el consagrado responde, sino también a la total disponibilidad para prestar el servicio en el lugar y modo que los superiores de la institución determinen. Para ese fin, los superiores se atienen a procesos claramente establecidos, pues, cuando se hacen con honestidad y transparencia, el consagrado percibe en ellos la forma concreta que adquiere para él o ella esa llamada trascendente de Dios. Quien responde a una vocación de Dios, quien recibe una misión de Dios, vive su existencia en este tiempo y espacio como respuesta a una persona que los trasciende. Esta ha sido la forma de vida que ha hecho posible la tarea misionera de la Iglesia a lo largo de los siglos, sus obras de servicio al prójimo y el testimonio martirial de sus santos.

ESCRITO POR:

Mario Alberto Molina

Arzobispo de Los Altos, en Quetzaltenango. Es doctor en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico. Fue docente y decano de la Facultad de Teología de la Universidad Rafael Landívar.