EDITORIAL
Salud infantil merece estar protegida
Ningún niño se va a presentar a inscribirse por sí solo a una escuela o colegio de preprimaria y primaria: necesita la ayuda de sus padres o de un adulto responsable que se haga cargo de tal gestión y acompañamiento. El motivo es obvio. Y mucho más evidente es la razón por la cual un bebé menor de un año o un infante menor de cuatro requiere de la responsabilidad paterna para recibir su esquema completo y puntual de vacunas, a fin de protegerlo de enfermedades como poliomielitis, sarampión, difteria, tuberculosis, tétanos, que pueden ser mortales o dejar graves secuelas de por vida.
Lamentablemente, los niveles de vacunación en el país distan mucho de ser óptimos. La pandemia de covid-19, con todo y sus restricciones, cierres de consultas y reacomodo de recursos ocasionó una fuerte caída en las tasas de inmunización infantil. Sin embargo, tres años después, se mantiene tal deficiencia, la cual puede implicar un alto riesgo de reaparición de padecimientos que ya estaban casi erradicados, como el caso de la polio. Si a este flanco desprotegido se agregan vulnerabilidades como la desnutrición crónica, falta de agua potable o condiciones insalubres de vivienda, el peligro se incrementa de manera proporcional.
Las cifras exponen la magnitud del riesgo y el costo de la dejadez: con primera dosis de vacuna contra la polio hay registro de 79.8% de niños menores de 5 años, según datos del Ministerio de Salud. Con segunda dosis la cifra cae a 65%. Curiosamente, es el departamento de Guatemala el que menor tasa de vacunación posee a pesar de múltiples llamados para acudir a los centros de salud. Si bien algunas personas buscan inmunización en el sistema privado, esta también se contabiliza.
La vacuna antituberculosis solo cubrió a tres de cada cuatro niños, y la dosis específica contra la peligrosa hepatitis B solo ha sido administrada a dos de cada tres infantes. Existe una vacuna pentavalente, que abarca hepatitis, tosferina, difteria, tétanos y neumonía, que debería ser administrada a toda la niñez, pero el 20% de menores tiene primera dosis y el 25% no recibió la segunda de tres. Para frenar esta exposición a males infectocontagiosos es necesario poner en marcha una amplia campaña de comunicación social, no solo a través de hospitales y centros de salud, sino también de escuelas, municipalidades y comités de vecinos.
En enero de 2020, días antes de que comenzara su gestión el actual gobierno, se anunciaba una exitosa campaña de vacunación contra el sarampión y la polio, conducida por el Ministerio de Salud, con el apoyo de la Organización Panamericana de la Salud, el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), la Alianza por la Nutrición y la Fundación para el Desarrollo de Guatemala (Fundesa). Si entonces se logró movilizar personal a todas las regiones del país y motivar a padres y madres para fortalecer el organismo de sus hijos, puede hacerse de nuevo y promover una nueva cultura de prevención sistemática.
La caída en tasas de vacunación no es exclusiva de Guatemala. Según Unicef, América Latina pasó de tener los porcentajes más altos a escala mundial a caer entre los más bajos. Crisis económica, políticas gubernamentales que relegan el tema y descuido de los padres figuran entre los factores causantes. Pero no nos vamos a consolar con un mal de muchos. Basta visualizar, Dios no lo quiera, el cuadro de un hijo o hija con secuelas de polio o sarampión para que resurja la convicción de esforzarse a llevarlos a recibir una dosis literalmente vital.