EDITORIAL

La vida es color de rosa

Existe el decir “la vida no es color de rosa” para evocar las vicisitudes que toda persona debe afrontar a lo largo de su existencia. Al quitar el adverbio de negación, la expresión parece evocar una ausencia de dificultades, pero en el caso específico de la lucha contra el cáncer de mama, a la cual se dedica mundialmente el mes de octubre, el color rosa se torna en efecto un símbolo de valentía, de perseverancia y de lucha contra un padecimiento devastador que afecta a millones de mujeres.

Según estadísticas, cada día se diagnostican tres casos de cáncer de mama, que representan el comienzo de tratamientos cuyo éxito varía según diversos factores: fase en la cual se detecta el padecimiento, acceso y posibilidad de asistir a tratamiento moderno, acompañamiento emocional familiar y profesional, así como otras condiciones paralelas de salud. En todo caso, la esperanza de vida ha aumentado en los años recientes, sobre todo si el diagnóstico es temprano. De ahí el impulso a campañas de tacto preventivo constante y monitoreo mamográfico.

Lamentablemente, aún privan patrones machistas e información distorsionada, sobre todo en regiones rurales. Es clave allí el papel de las promotoras de salud, lideresas comunitarias, comadronas y maestras locales, quienes pueden difundir el conocimiento bajo términos de confianza y credibilidad, fundamentales para el fomento de hábitos preventivos.

En ese mismo sentido se impulsan durante octubre de cada año campañas de iluminación, con luz rosa, de monumentos, edificios y estructuras alrededor de todo el mundo. Se trata de un gesto aparentemente simple, pero que pretende crear mayor conciencia pública sobre la necesidad de prevención, de mayor empatía con las pacientes de cáncer y de exigencia constante a los gobiernos de una atención de calidad a quienes buscan diagnóstico y tratamiento. En el caso guatemalteco, han sido el Monumento a San Juan Pablo II, el edificio de Correos y la Torre del Reformador los que han lucido el emblemático rosa durante las noches, una campaña que fue impulsada por Vivian Peralta, terapista física y también paciente de cáncer.

Son esos aportes personales, como los de Peralta, los que marcan grandes cambios. Se habla de esfuerzos institucionales, estatales y sociales en la lucha anticáncer, pero la base para tales logros radica en la convicción de médicos, enfermeras, psicólogos, voluntarios y directivos de empresas involucrados en programas de apoyo, donativos o investigación de nuevos abordajes clínicos.

No está de más mencionar el otro flagelo que amenaza la salud y la vida de las mujeres guatemaltecas: el cáncer de cérvix, cuya causa es el virus del papiloma humano, de transmisión sexual y cuyos efectos pueden prevenirse a través de una vacuna administrada por el sistema de salud guatemalteco desde el 2018 y cuyas dosis podrían salvar muchas vidas. La principal y más valiosa estrategia contra las muertes de mujeres por cáncer se encuentra en la comunicación abierta, libre de mojigaterías o prejuicios desfasados. Cada año se diagnostican mil 500 casos nuevos y mueren unas 700 mujeres, muchas de las cuales no tuvieron la oportunidad de un diagnóstico a tiempo. La vida no es color de rosa, pero el color rosa puede dar oportunidad de vida.

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