EDITORIAL
Movilidad vehicular es tormento creciente
Un accidente leve, un vehículo que se queda varado por fallas mecánicas o el cierre temporal de un tramo vial por una emergencia, un evento masivo o un colapso de terreno pueden ser hoy el detonante de atascos viales que involucran a miles de automotores en el área metropolitana. La pérdida de tiempo, el gasto inútil de combustible, el impacto en la salud por los madrugones o las llegadas tarde al hogar constituyen algunas caudas del desmesurado aumento del parque vehicular y la lenta, por no decir inexistente, construcción de infraestructura que impacte a mediano y largo plazos.
La macrocefalia capitalina y la miopía de sucesivas administraciones gubernamentales y ediles de varios municipios impidieron la concreción de planes técnicos de ordenamiento territorial, lo cual, a su vez, dificultó la colaboración para trazar vías alternas que eviten el obligado paso por la capital, especialmente del transporte de carga que se moviliza entre puertos de los océanos Pacífico y Atlántico, o entre departamentos. Arterias como la calle Martí, el Anillo Periférico, el bulevar Liberación o la carretera a El Salvador reciben a diario una fuerte carga vehicular que a determinadas horas sobrepasa su capacidad y las convierte en largos parqueos a motor encendido.
Así también, el subdesarrollo del transporte público, que durante la pandemia obligó a un incremento descontrolado de taxis colectivos, la mayoría de los cuales son piratas, aporta su dosis de complicación a uno de los más grandes desafíos para las comunas del distrito metropolitano, aunque también de ciudades intermedias. Mientras tanto, la competitividad nacional sufre por los rezagos de transporte y crecientes costos.
El hundimiento de la ruta al Pacífico en Villa Nueva o el socavón en la calzada La Paz golpean arterias vitales de paso cotidiano y revelan la inexistencia de vías alternas funcionales, ya que solo se sobrecargan tramos que ya se encuentran en niveles críticos de uso en horas pico. Desde hace más de 20 años se habló de la construcción de un anillo regional que conecte a 10 departamentos, con una autopista de cuatro carriles. En el gobierno de Giammattei Falla se adjudicaron dos tramos y se espera que en el siguiente período presidencial se liciten los estudios de factibilidad, el trazado y la ejecución de al menos otros cuatro, de un total de ocho segmentos que conectarían a Escuintla, Guatemala, Santa Rosa, Jalapa y El Progreso, un arco de desfogue vehicular que podría representar un alivio, pero cuya concreción se ha ido atrasando.
Para el día a día inmediato se han propuesto opciones como el escalonamiento de horarios en planteles escolares y centros de trabajo, la inversión en transporte público moderno masivo, incluyendo la construcción de un metro de superficie, así como de más ciclovías interconectadas. Lamentablemente, la topografía, la alta población residente en municipios dormitorio y altos costos que nadie quiere asumir prolongan el calvario por horas, días, meses, años.
Las autoridades municipales electas del distrito metropolitano deberán emprender acciones distintas para obtener resultados distintos, pero también la sociedad en su conjunto debe sentarse a dialogar sobre soluciones y acuerdos inteligentes con visión futurista. Resignarse no es una opción porque solo ha servido para el crecimiento descontrolado de un monstruo que detona malestares, roba el sueño y quema cada vez más combustible.