CATALEJO

Estadista y político: conceptos muy distintos

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El vocablo guerra puede ser usado en dos formas: acción de ciudadanos convertidos en enemigos a quienes se les mata. Se usa la expresión “bajas colaterales”, eufemismo para no calificarlas como son: víctimas inocentes humanas, de monumentos históricos, culturales, ecológicos, y demás. La segunda acepción tiene un sentido figurado, cuando califica confrontaciones de otra índole, como la lucha política, cuyo fin es apoderarse del poder y mantenerlo. Pero esta última, casi siempre, se pelea con los mismos parámetros de la guerra militar, aunque esta necesita también incluir reglas para no perder el juicio de la Historia a causa de realizar acciones explicables en términos de táctica de guerra, pero inaceptables por sus irreparables consecuencias para la cultura.

' La experiencia y las horas de vuelo son indispensables para poder ser calificado de estadista o de hombre de Estado.

Mario Antonio Sandoval

En la confrontación política deben participar dos tipos de personajes: estadistas y políticos. Los politiqueros están excluidos porque constituyen la negación de la Política como ha sido definida por filósofos desde hace más de 25 siglos. Los peores son los politiqueros, por definición y a causa de limitaciones personales ignorantes de ese concepto. Los políticos llegan a ser serios cuando llenan las condiciones de estudios del tema, educación, habilidades intelectuales de oratoria para exponer con claridad sus ideas y convencer a los escuchas sin recurrir al insulto, al lenguaje soez ni a los gritos. Se debe agregar la corrección personal, ejemplificada sobre todo en tener claro qué pecados políticos no cometerá, por ética, moralidad y buen gusto propios.

Entre las varias características de los estadistas sobresale el conocimiento teórico de los asuntos de Estado y la experiencia, imposible de improvisar o acelerar. Al necesitar tiempo para lograrlo, es indispensable la edad adulta mediana o avanzada, en la cual se aplica el viejo refrán “más sabe el diablo por viejo, que por diablo”. Puede haber diablos en potencia, pero para aplicar esa sabiduría se necesita tiempo y por eso es difícil, si no imposible, obtener el calificativo de estadistas. Por aparte, el estadista real, no autonombrado, tampoco una personalidad atractiva, ser simpático ni tener una oratoria de fácil comprensión para cualquier público. Su mensaje es más comprensible al leerlo, no al escucharlo. Escrito, tiene posibles efectos centenarios y permitir colisiones de puntos de vista.

Como resultado, en los ciudadanos los estadistas tienen una imagen mental de personas de edad mayor, porque inconscientemente se relacionan las canas y las arrugas con la experiencia. Esto sigue siendo así a pesar de la actual actitud mental de considerar malo o fuera de lugar a este grupo minoritario de la sociedad, porque se confunde lo nuevo con lo bueno. La edad es solo un tema cronológico y algunos de los estadistas más importantes del mundo ya habían pasado la adultez media: Bismarck, Garibaldi, Churchill, y otros, todos ellos adentrados en la Historia cuando su juventud ya era un recuerdo. Algunos políticos, sin llegar a ser estadistas, tienen algunas de estas condiciones, pero no pueden escaparse de pensar en la próxima elección, no en la siguiente generación.

En el caso de Guatemala desde 1980 –fecha al azar— hay algunos buenos políticos, pero atrapados en la politiquería partidista, por tanto de muy corta vida. Las elecciones de este año fueron claro ejemplo: 23 “partidos”, irremediablemente condenados a una vida mínima, y en ese período no es posible encontrar a un solo expresidente merecedor del término estadista. Los dos últimos han sido en realidad “antiestadistas”. No puede sobrevivir una democracia sin partidos reales, sin políticos capaces de expresar ideas sólidas, no coyunturales, y sin respeto a la voluntad popular expresada en las urnas. Algunos pocos políticos tienen posibilidades de serlo, pero ante la ausencia de verdaderos partidos políticos se une la falta de horas de vuelo y de capear tormentas.

ESCRITO POR:

Mario Antonio Sandoval

Periodista desde 1966. Presidente de Guatevisión. Catedrático de Ética y de Redacción Periodística en las universidades Landívar, San Carlos de Guatemala y Francisco Marroquín. Exdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua.