AL GRANO
Los guatemaltecos deben sentirse orgullosos
De las naciones del orbe son una minoría las que, verdaderamente, pueden llamarse “democráticas” (https://en.m.wikipedia.org/wiki/The_Economist_Democracy_Index). Ser un país democrático no es nada fácil, entre otras razones porque los resultados, por lo general, resultan a satisfacción de los partidarios y simpatizantes de los ganadores, pero no de todos.
' En medio de la confusión creada por partidos y candidatos, y de la desinformación y de acciones legales y recursos, los guatemaltecos han mantenido su fe en la democracia.
Eduardo Mayora Alvarado
Y es que, como se atribuye a Winston Churchill haber dicho, “la democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás”. En otras palabras, el sistema democrático consigue la sucesión en el poder político de manera pacífica y razonable, pero no es panacea alguna, no lo resuelve todo. Apenas resuelve eso, un procedimiento costoso e imperfecto para que sean las preferencias de la mayoría ciudadana las que determinen quiénes han de ejercer el poder bajo la Constitución y las leyes. Y, sin embargo, eso es mucho. Tanto, que para aludir a los países más civilizados de la tierra se usan expresiones tales como “las grandes democracias” o cosas parecidas.
Si uno se pregunta, entonces, qué es esto que, dos veces consecutivas, distantes unas pocas semanas una de la otra, han logrado los guatemaltecos, la respuesta, qué duda cabe, es que han conquistado de manera ejemplar esa cultura que distingue a los pueblos más respetables del mundo.
Encima, la han conquistado contra viento y marea. Han acudido a las urnas pacífica y ordenadamente, con plena conciencia de su realidad y circunstancias. No perdieron la esperanza, a pesar de los niveles de corrupción y de falta de diligencia en la conducción de los asuntos del Estado de cientos de funcionarios y líderes políticos. A pesar de todo, los guatemaltecos pusieron su parte. Fueron ciudadanos democráticos.
De parte del “establishment político” esas muestras de fe en la democracia republicana dadas por los guatemaltecos han sido respondidas con las más increíbles faltas de respeto e insensateces. Muchos de los partidos políticos, que en el fondo carecen de legitimidad y representatividad, se lanzaron, al igual que la candidata perdedora y su partido, a cuestionar la voluntad de ese pueblo soberano que se ha manifestado, sobre los hombros de miles de voluntarios en las juntas receptoras de votos, en las juntas departamentales y del Distrito Central, etcétera, dignos de toda admiración.
Como si eso fuera poco, algunos de los órganos de justicia del Estado, enfocados, como de costumbre, en la forma y no en el fondo, han contribuido a generar un ambiente de confusión e incertidumbre que han suscitado declaraciones de profunda preocupación de la OEA, la UE, los EE. UU. y tantos otros países y organizaciones. En lugar de sustentar con decisiones sustantivas y contundentes el proceso democrático protagonizado por millones de guatemaltecos, algunos integrantes del sistema de justicia han dado cabida a cuestionamientos interesados cuyo fundamento probatorio sigue sin conocerse.
Pero nadie puede ya quitar a los guatemaltecos ese lugar que se han ganado, ese sitial propio entre los pueblos civilizados de la Tierra que han conquistado una y otra vez desde hace más de tres décadas, acudiendo a las urnas a hacer valer su ciudadanía, su soberanía y su fe en las reglas del juego democrático.
Enfrentando las circunstancias más adversas, mostrando hastío, pero no indiferencia, una y otra vez los guatemaltecos han demostrado que, probablemente sin razones que la justifiquen, tienen fe en la democracia. Nadie puede quitarles eso.