IDEAS
El fútil hechizo maniqueo
En la política, especialmente en una contienda como en la que nos encontramos inmersos los guatemaltecos, a menudo nos tratan de meter en una dicotomía simplista y reduccionista: la creencia de que si apoyamos a un candidato o partido estamos respaldando a los “buenos”, a los “correctos”, mientras que, si nos inclinamos por el otro candidato, estamos apoyando a los “malos”, a los “corruptos”. Esta mentalidad maniquea es una trampa para ingenuos que ha sido muy bien manipulada en los últimos años en Guatemala. Yo me resisto a caer en ese juego.
' Me parece fútil y trágico, que muchos hasta se peleen con familiares y amigos por defender a quienes seguramente los van a decepcionar, cuando no a traicionar.
Jorge Jacobs
Es comprensible que, en una sociedad tan polarizada como la guatemalteca, la gente tienda a buscar simplicidad en su toma de decisiones políticas. Es tentador etiquetar a los candidatos como héroes o villanos, pintando una imagen monocromática de la realidad para sentirnos seguros en nuestras elecciones. Pero esta mirada reduccionista es un callejón sin salida que nos impide apreciar el panorama completo, no solo distorsiona nuestra percepción de la realidad política, sino que nos lleva a subestimar la complejidad y la naturaleza impredecible del liderazgo político.
Es entendible también que los políticos quieran posicionarse en la “posición moral más alta”, calificándose de buenos y a todos los demás de malos y corruptos, pero lo realmente sorprendente es que la genta sea tan ingenua que se los crea. Es realmente impresionante encontrar a personas que uno considera muy inteligentes y críticos, pero que han caído presas del hechizo maniqueo.
La consecuencia lógica de esta insensatez es una polarización cada vez mayor, en donde sólo existe espacio para los que están conmigo y todos los demás, por definición, están contra mí. De allí que vemos ahora incluso hasta divisiones muy serias en las familias y amistades rotas, donde se deja por un lado los vínculos afectivos y se reemplaza por los únicos calificativos posibles: amigos o enemigos, santos o corruptos.
Esto no es nuevo. El profeta y filósofo persa, Mani, inició hace más de 2,300 años esa corriente de pensamiento dualista, en donde el bien y el mal luchan por el dominio del universo. Bajo su perspectiva, todas las acciones y eventos se dividen en categorías estrictas de “buenos” o “malos”, sin espacio para matices o grises. Esta división necesariamente lleva a una visión polarizada del mundo, lo que nos lleva al ahora llamado “maniqueísmo”.
Y no es que no considere que hay un gran grupo de políticos que ya han demostrado que pueden ser corruptos a más no poder. Lo que realmente cuestiono es que haya algunos políticos que se den baños de pureza diciendo que “los otros” son los corruptos. Como ya lo indiqué en muchas ocasiones, desconfío de todo aquel que quiere llegar al poder. Quizá haya algunos que nunca han ejercido el poder y tampoco han demostrado ser corruptos, pero eso, a mi parecer, en lo único en que los diferencia de los corruptos comprobados, es que no han tenido la oportunidad de serlo.
Hace mucho tiempo quizá habría dicho que se podría darles el beneficio de la duda, pero la experiencia me ha demostrado que casi todos, si no todos los políticos, tarde o temprano traicionan ese beneficio. De allí que me parece de lo más fútil, a la vez que trágico, que muchos guatemaltecos hasta se peleen con sus familiares y amigos por defender a ultranza a gente que seguramente la va, como mínimo, a decepcionar, cuando no directamente a traicionar.
Es ingenuo creer que lo único que se necesita para acabar con la corrupción es cambiar a las personas que ejercen el poder. Eso solo demuestra que quienes así piensan no tienen la más pinche idea de cómo funciona la corrupción. No entienden que el problema está en el sistema y que si lo que quieren es agrandarlo, necesariamente ampliarán las garras de la corrupción. ¿Y aun así quieren que creamos que son los que van a acabar con ella?
Si usted quiere dejarse engañar por el hechizo maniqueo, allá usted, pero, por lo menos, no diga que no se lo advertí.